Hoy tenemos con nosotros a Sebastián G. Sancho. Su literatura nos enfrenta a lo esencial y lo primario, desde la grieta más profunda. Su obra es una forma de mirar el mundo sin adornos y sin miedo. A través del relato breve y la palabra precisa, Sancho ha ido construyendo una voz con nervio, ritmo y mucha conciencia.
Nos
sentamos a conversar con él sobre el oficio de escritor y los entresijos que
hay alrededor de la palabra escrita.
¿Cómo
fue tu primer contacto con la escritura?
Pues
no lo recuerdo con exactitud, porque es algo que siempre ha vivido conmigo.
Siempre fui un niño muy imaginativo y me inventaba mis propias historias cuando
jugaba a los muñecos. Ya en el colegio recuerdo que me encantaba cuando el
profesor nos pedía que hiciésemos una redacción o que escribiésemos algo de
nuestra cosecha. Lo que sí sé es que, lo que me forjó como escritor, fue el rol
y el mundo del cómic.
¿Recuerdas
el momento o la necesidad que lo detonó?
Sin
lugar a dudas fue el rol lo que me creó la necesidad de plasmar mis ideas por
escrito. Y aunque el germen fuese anterior, lo que me hizo salir del cascarón
para lanzarme a escribir fueron esas partidas con mis amigos. A partir de ahí
comprendí, por otro lado, que no es lo mismo crear una aventura que escribir
una historia, lo que hizo que la narración de partidas y la obra literaria
corriesen al unísono y en paralelo, aunque esas dos líneas se cruzaban muy a
menudo.
¿Crees
que en tu narrativa queda un lugar para incomodar?
Eso
espero. Si hay algo que detesto, como lector, como oyente o como espectador, es
que una obra me deje indiferente. Comparto con Kafka esa frase que decía: «Si
el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué
leerlo? Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos
dentro».
A
menudo tocas temas incómodos o silenciados. ¿Cómo te enfrentas a ellos durante
el proceso creativo?
A
día de hoy lo hago sin temor, pero reconozco que es algo que he debido
aprender. Al principio me preocupaba lo que pudiese pensar el lector respecto a
la obra o incluso respecto a mí, pero a día de hoy considero que no plasmar tu
idea en el papel, limpia de prejuicios y temores, es traicionarte a ti mismo
como escritor. Es probable que eso no guste a todos los lectores, pero soy de
los que piensan que si quieres congraciarte con todo el mundo, al final
terminas por no hacerlo con nadie.
¿Te
puede en algún momento la autocensura a la hora de plasmar este tipo de
situaciones en tus manuscritos?
A
colación con la respuesta anterior, me tomo mi literatura como algo sagrado, casi en el sentido
literal de la palabra. No acepto censuras en ese sentido, y mucho menos si soy
yo mismo el que se las impone. Una obra debe ser como debe ser, incluso por
encima del autor. El escritor no es más que una herramienta para que esa
historia sea contada.
Escribirla
significó comprender cuanto te decía anteriormente, que la historia está por
encima de todo. También significó tener que enfrentarme a esos miedos, hacerles
frente y dejarlos a un lado. Fue un proceso de maduración como persona, a nivel
espiritual, pero sobre todo, de aprendizaje en todos los aspectos.
¿Qué
te dejó como experiencia vital La cuna de Tejo?
La
mayor experiencia vital que uno pueda llevarse con su novela es que esta cale en
el corazón de los lectores, más allá del número de ejemplares que se hayan
vendido. Con todos mis respetos, hay cadenas de comida rápida que venden sus
productos por millones, pero eso no significa que a los que los consumen los
marque de por vida. Yo he tenido la inmensa fortuna de conocer personas maravillosas
gracias a la novela y sentir que el mensaje les ha llegado y les ha tocado en
el alma. No hay mayor experiencia ni satisfacción para un escritor que esa.
En
Dopplegänger profundizas en lo fragmentario, en la
dualidad y el desdoblamiento de la persona. ¿De dónde nace esta historia?
Pues
partió precisamente de una partida de rol. Sus inicios fueron la transcripción,
más o menos fiel, de la propia aventura. Sin embargo, comprendí que eso no
funcionaba, de modo que abandoné el proyecto. Años después, sin la
contaminación de las ideas y los acontecimientos de la propia partida,
reescribí toda la historia, convirtiéndola en una totalmente nueva y que en
nada se parecía a esa partida, salvo ligeros detalles. Eso sí, muchos de los
nombres los mantuve en homenaje a aquellos buenos ratos que pasamos
disfrutándola.
El relato La bella escondida, con el que ganaste el certamen Riverside Gaditanoir, deja una sensación inquietante y cierto poso de desasosiego en el lector. ¿Cómo nació esa historia?
Tras
La Cuna de Tejo, ambientada en la Sierra de Cádiz, seguía sintiendo la
necesidad de escribir algo más relativo a mi tierra. Ese relato, además, me
daba la oportunidad de bucear en la propia historia de mi familia, de mis
abuelos, de sus padres, de sus amigos… era como tener una pequeña máquina del
tiempo con la que visitar a mis antepasados o incluso hacerles algún guiño.
Revivirlos de algún modo. Riverside partía de la premisa de que el relato, de
género noir, debía estar ambientado en Cádiz, así que, el resto fue solo
lanzarse a presentar la obra.
¿Qué papel juega el misterio en tu escritura?
Como
sinónimo de suspense, para mí es fundamental. Creo que es la única manera de
mantener en vilo al lector y que este quiera descubrir cómo continúa la
historia. Si usamos misterio en el sentido más preternatural o sobrenatural de
la palabra, creo que es algo que atrae al ser humano desde el principio de los
tiempos. Y a mí, miles de años después de que hayamos dejado de pintar en las
cavernas, me sigue fascinando. Por eso es algo que siempre, de un modo u otro,
aparece en el trasfondo de mis historias.
Mi
experiencia fue de una satisfacción inimaginable. Yo ya era seguidor de Olga
Paraíso y cuando escribí el relato, basado en la historia de Lilith y escrito
en primera persona, la voz que tenía en mi cabeza era siempre la de Olga. Tuve
la inmensa fortuna de vencer el miedo al fracaso y enviárselo, después de estar
atravesando un momento en el que me planteaba si la escritura tenía sentido. Así
que puedes imaginar lo que supuso para mí que ella me dijese que le encantaba
el relato y que quería narrarlo en su podcast.
¿Crees
que la literatura también se transforma al ser contada?
Por
supuesto. El énfasis, el sentimiento… cada historia es como una lluvia que se
filtra a través de la piel y el alma de cada persona que la lee, la oye… y por
supuesto, la narra. Es algo atávico que se remonta a nuestros antepasados,
cuando estos aún no habían inventado la escritura y se reunían en torno a la
hoguera a escuchar las historias que les contaban sus mayores. Como te decía,
tengo una visión de la literatura casi sacra; probablemente demasiado
romantizada, pero para mí es una motivación añadida que me mantiene con los
pies en el suelo —con la humildad del eterno aprendiz— y que me hace sentir que
hay algo por encima de mí mismo en lo que escribo.
¿Cómo
es tu proceso de trabajo habitual?
Ojalá
pudiera decirte que le dedico un número determinado de horas diarias a la escritura
o que tengo una rutina constante, pero te estaría mintiendo. Dependo mucho de
cuanto me rodea, de mi vida en general y, por qué no decirlo, de mi estado de salud,
de ánimo y mi motivación. Eso sí, cuando me pongo con algo, suelo aprovechar
cualquier momento para avanzar, pues sé que tarde o temprano me veré obligado a
parar y a no poder dedicarle todo el tiempo que me gustaría. No obstante, mi
cabeza nunca para y, aunque no esté escribiendo, siempre estoy dándole vueltas
a las historias que tengo entre manos para mejorarlas y afinarlas al máximo.
¿Algún
autor/a con quien te hayan comparado y que te haya hecho sentirte abrumado?
Me avergüenza decirlo, pero alguna vez me han comparado con Cormac McCarthy y con Carlos Ruiz Zafón. Obviamente, las comparaciones siempre se hacen con personas que están muy por encima del sujeto comparativo, de ahí que entienda que se refieren más a que pueden ver mis influencias en lo que escribo que al hecho de que yo me halle al nivel de semejantes leyendas.
En
un tiempo donde la imagen lo devora casi todo, ¿qué lugar crees que sigue
ocupando la literatura en la vida contemporánea?
Por
desgracia, cada vez menos. Hace poco, durante el apagón, mi vecino me dijo en
tono distendido: «¿Y ahora qué vamos a hacer, sin tele, sin Netflix, sin
internet y sin nada de nada?», a lo que yo le respondí en idéntico tono: «¡Leer
más libros!».
Desafortunadamente, la cultura lleva años en decadencia y que jamás en toda la
historia hubo tanta gente orgullosa, y que incluso presumiese, de no haberse
leído un libro en toda su vida. Yo lo llamo idiocracia,
aunque soy un poco misántropo, así que no me hagas mucho caso.
Imagina
que esta entrevista la escucha alguien que aún no se anima a escribir, que cree
que no tiene nada que decir. ¿Qué le dirías?
Que
venza el miedo y que lo haga, porque si no lo hace, esa idea, esa historia y,
lo que es más importante, esa lección de vida, morirá con ella. Y, regresando
una vez más a la sacralidad a la que me he referido anteriormente, esa historia
no pertenece al escritor; este es solo una herramienta. Por tanto, no tienes
derecho a dejarla morir en tu mente o en el fondo de un cajón.
Por
último, ¿qué estás escribiendo ahora o qué proyecto tienes entre manos que te
ilusione compartir?
Me
hallo metido de lleno en la escritura de un relato corto a cuatro manos, en la
escritura de una adaptación de un relato corto a novela y otra novela más que
parte desde cero —aunque ya tengo toda la escaleta terminada—, pero de la que
necesito documentarme a conciencia. Por otro lado, estamos preparando la que
será la tercera temporada de nuestro podcast Voces de Metrópolis y también metido
de lleno con mi banda, El Vigía, en el proceso de grabación de un disco. Así que,
como puedes comprobar, no paro.
Fue
un placer charlar contigo, Sebastián. Tus palabras tienen la cualidad de no
dejar indiferente, y eso en estos tiempos, tan saturado, tan rápido, de tanto
ruido, es un atributo hermoso y valiente. Gracias por compartir tu experiencia
como escritor con nosotros.
Ya sabes que el placer es mío,
que te aprecio y te admiro. Gracias a ti y a todos tus lectores.
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