domingo, enero 12, 2025

10 PREGUNTAS a Javier Salvago

Hoy nos acompaña Javier Salvago, poeta, memorialista, cuentista, novelista, aforista, articulista, guionista de radio y televisión; en una palabra, escritor.

Vamos a por la primera pregunta: ¿Quién es Javier Salvago?

Para bien y para mal, Javier Salvago soy yo, un escritor de 74 años que ha publicado tres novelas, cuatro libros de relatos, dos de memorias, tres de aforismos, uno de artículos de prensa, una docena de libros de poemas, por los que está considerado, ante todo y sobre todo poeta,  y que durante más de treinta años ha ejercido de guionista de radio y televisión, especialmente junto a Jesús Quintero, el famoso Loco de la colina. Dicho lo cual, cada día tengo menos claro quién soy, qué hago aquí, a dónde voy y qué clase de mala broma, de espejismo o de condena es todo esto que llamamos vida.

¿A qué edad comenzaste a escribir?

Creo que a los trece o catorce años. En el internado se me daban muy bien las redacciones y el cura que nos daba literatura me animaba a escribir. Incluso me eligió para representar al colegio en el concurso anual de redacción que por entonces organizaba Coca–Cola. El tema, en aquella ocasión, fue la rueda, y no supe qué decir, me quedé en blanco. Cuando la rueda –es decir, el paso del tiempo, los giros de la vida– se convertiría posteriormente en el tema central de mi poesía.

¿Qué recuerdos tienes de tus primeros textos?

Muy malos. Mis primeros textos eran muy torpes. Copiaba a Juan Ramón, a Bécquer, a Federico García Lorca, a Antonio Machado, pero la verdad es que me costó mucho llegar a descubrir mi propia voz. Yo era un chico de pueblo, no conocía a ningún poeta o escritor que me orientase. Entonces no era como hoy que cualquier joven poeta puede hacer amistad y ponerse en contacto a través de las redes con muchos escritores. A mí, sin ir más lejos, me suelen mandar algunos jóvenes poetas sus poemas para que les dé mi opinión. Yo, entonces, no tenía nada de eso. Tuve que ir dando palos de ciego hasta que, ya en Sevilla, fui conociendo a algunos compañeros, algunos más sabios que yo, como Fernando Ortiz,  que me ayudaron a encontrarme. Lo mejor que le puede pasar a un poeta, a un escritor o a un artista en general, es tener cerca a alguien con fundamento, con criterio, que le señale los errores que uno mismo no puede ver.

¿Qué es para ti la poesía?

A lo largo de mi vida he ido identificándome con distintas definiciones. Pero creo que la poesía es, ante todo, diálogo con uno mismo (“converso con el hombre que siempre va conmigo”, que decía Antonio Machado). Creo que la poesía es un ejercicio individual, íntimo, personal, no solo para el que la escribe, sino también para el que la lee. Se escribe y se lee en soledad. Yo escribo lo que siento que tengo que escribir, lo que me pide el cuerpo y el alma, y cuando no me piden nada, cuando no tengo nada que decir, me callo. Pero a mis años, estoy dispuesto a admitir que poesía es todo lo que cualquier poeta o cualquier lector sienta que es poesía. De hecho la poesía está en todas partes, en un atardecer, en la mirada de un niño o de una enamorada o enamorado, en cualquier manifestación de la naturaleza y de la vida, tanto en el dolor como en la felicidad, en la tristeza como en la alegría, en la fealdad como en la belleza. Todo es poesía, pero no todo es un poema. En eso, soy más riguroso. Todo es poesía, pero no cualquier cosa es un poema.

¿Tu rincón preferido a la hora de escribir?

Mi cuarto, pero he sido guionista de radio y televisión durante treinta años y puedo escribir en cualquier lugar y en cualquier parte. Además escribir no es solamente sentarse y aporrear el ordenador. Se escribe y se corrige mentalmente paseando por la calle, sentado en el váter, viajando en el metro o en el autobús… La cabeza de un escritor no para. Siempre le está dando vueltas al poema, al relato o a la novela que tiene entre manos. Yo he escrito algunos libros de aforismos, y la mayoría de los aforismos los he escrito hablando solo por la calle.

Cada uno tenemos una manera de armar nuestros textos de la nada. ¿Cuáles son tus fuentes de inspiración?

Mi fuente de inspiración es escuchar, escucharme. Ver si tengo algo que decir, si hay algo dentro que quiera salir en forma de poema o de cualquier otra manera. En mi caso se trata de conversar con el hombre que siempre va conmigo, como ya he dicho. Suelo buscar más dentro que fuera.

Tus libros han merecido galardones tan prestigiosos como el Premio Luis Cernuda, El Rey Juan Carlos I o el Premio Nacional de la Crítica. ¿Qué es lo que hace a un poema único?

Pues no lo sé. Supongo que un poema es único cuando aporta algo nuevo, algo único,  algo distinto, algo que antes no existía, por mínimo que sea. Un poema es único quizá cuando cualquier lector lo lee como si fuera suyo.

¿Puede alguien convertirse en poeta con la edad o se nace siéndolo?

En mi caso, yo me sentí poeta antes de haber escrito un mal verso. Desde muy jovencito yo quería ser poeta, y además poeta maldito, y me empeñé en conseguirlo. Me destrocé la vida incluso en el intento. Porque yo soy un poeta de los antiguos, de los que no distinguían entre vida y obra. La vida era la obra y la obra era la vida. Escribir versos no era un arte ni un oficio, aunque lo fuera, sino la manera natural de expresarse un poeta. Pero ya te digo que yo llegué a ser poeta porque desde muy jovencito me creí que lo era. Y para ser cualquier cosa en la vida el primer paso es creérselo .

Tu primera obra publicada fue Canciones del amor amargo (Ángaro, Sevilla,1977). ¿Cómo ha evolucionado tu poesía desde entonces?

Bueno, ese es un libro con poemas de aluvión que había venido escribiendo casi desde que empecé a escribir hasta que lo publiqué. Es un libro escrito bajo la influencia del alcohol con el que no me identifico demasiado. No porque lo escribiera borracho y ya no bebo, sino porque ahí todavía no era yo. O yo era otro, como diría Rimbaud. Lo que más me choca de ese libro es la escenografía: jardines, alcobas, pianos, chimeneas, castillos, pitonisas… No sé de dónde salía aquello. Supongo que de lecturas mal digeridas.

En el año 2021, te adentras en la prosa de larga extensión con tu primera novela: La matanza de Collejas (Espuela de Plata 2021). ¿Cómo fue tu experiencia?

Anteriormente había escrito dos libros de memorias y tres de relatos, creo. La Matanza de Collejas la escribí a los setenta años y la publiqué a los setenta y uno; es decir, cuando lo normal es ir pensando en jubilarse. Pero una cosa que fui descubriendo, cuando dejé de trabajar como guionista, es que aquel trabajo por momentos odioso y absorbente que no me dejaba escribir para mí –estuve catorce años sin escribir un verso y sin publicar ningún libro–, ese escribir por obligación diariamente, que me quitó las ganas de escribir por devoción, me dio músculo literario y la necesidad casi física de tener que escribir todos los días. A mí las manos me piden escribir, no pueden estar quietas, y además me siento con más fuerza para escribir ahora que cuando solo era un poeta que escribía versos. Antes, pensar en escribir una novela, imaginar ese esfuerzo, me cansaba. Ahora me puedo escribir una novela en dos meses. Luego estoy medio año corrigiéndola, pero el borrador me lo escribo de un tirón. Eso es gracias al músculo literario y a esa necesidad casi física de escribir que me dejó mi trabajo de guionista.

El año pasado publicaste La primera que lo llamó Alain Delon (Renacimiento, 2023), ¿de qué trata?

Suelo decir que para mí escribir novelas es mi juguete de viejo. Escribo novelas para entretener los años que me quedan haciendo algo que me gusta y me divierte. Hay escritores que dicen que sufren escribiendo, pero yo me lo paso muy bien escribiendo novelas, aunque en mis novelas suele morir hasta el apuntador. Son muy negras, hay muchos crímenes y mucho vicio. Concretamente, en La primera que lo llamó Alain Delon, todos los personajes tienen una parafilia. Yo creo que la depravación forma parte de nuestras costumbres más íntimas y de nuestros más ocultos pensamientos. Somos profundamente depravados. Y aquí todos son unos depravados, pero no porque sean la excepción, sino porque todos lo somos. Esa novela es un espejo en el callejón de los deseos ocultos. Se abre con una cita de Sigmund Freud que dice: “En todo ser humano hay deseos que no querría comunicar a otros ni tampoco confesarse a sí mismo”.

También eres escritor de aforismos. Un ejemplo es tu libro Hablando solo por la calle (La isla de Siltolá, 2016). Para quienes no estén tan familiarizados con ciertos términos literarios, ¿podrías explicarnos qué es un aforismo?

Yo he dicho alguna vez que un aforismo es una frase feliz que no necesita la compañía de otras para sentirse plena y realizada. Y también lo he definido como el pomposo nombre que algunos damos a las solemnes tonterías que se nos ocurren. Pero un aforismo es lo que toda la vida de Dios se ha llamado máxima, sentencia, proverbio, etc. Un aforismo es un dicho, una frase célebre, una frase de almanaque. A mí no me gusta llamar aforismos a mis aforismos. Prefiero llamarlos fragmentos y frases sueltas. No me considero aforista, aunque he escrito tres libros de aforismos. Al principio eran frases que colgaba en Facebook y que reuní cuando tuve suficientes para un libro. Quizá lo hice porque desde hace unos años el aforismo está de moda. Han salido aforistas hasta de debajo de las piedras. Y, como en todo lo que abunda, hay malo, muy malo, regular y bueno.

¿Nos dejarías uno de ellos?

Te dejo tres. Uno del primer libro, “el éxito –como la felicidad, según Séneca– es no necesitarlo”. Otro, del segundo: “La historia de la humanidad es una pesadilla que se muerde la cola”. Y otro, del último: “Hay citas que no invitan a leer a sus autores”. No creo que sean los mejores, pero son los primeros que me han venido.

El estilo de un autor podría definirse como esa manera de expresarse única que le caracteriza, aquellos rasgos propios que lo diferencian del resto. ¿Cómo definirías el tuyo?

Yo creo que el estilo es la expresión de la personalidad. El estilo es el carácter. Uno escribe, cuando escribe honradamente, como es. Mi estilo soy yo. Y eso es lo que me diferencia del resto. Que solo yo soy yo. Los demás son ellos. Parece fácil, pero ser uno mismo y escribir como uno mismo es lo más difícil.  Yo no escribo para impresionar, deslumbrar o confundir. Escribo para entenderme y para que me entiendan. No soy tan pretencioso como para exigirle al lector un esfuerzo sobrehumano para ponerse a mi altura. No quiero que haga cábalas adivinando qué he querido decir. Quiero que tenga claro que lo que he querido decir es lo que he dicho. Creo, como, Ezra Pound, que escribir bien es escribir con control perfecto, el escritor dice exactamente lo que quiere decir y lo dice con completa claridad.

¿Qué te ha dado la escritura a lo largo de todos estos años?

Podría decir que me lo ha dado todo, me ha descubierto a mí mismo, me ha hecho a mí mismo. Por ella soy como soy y quien soy.

¿Sientes que te ha quitado algo?

No, no he renunciado a nada por la literatura. Entre otras cosas, porque nada (salvo mi hijo, mi mujer, mi gato, que el pobre ya murió, y mi familia) me ha importado más que lo que hago, escribir. Soy lo que siempre quise ser y tengo lo que se podía esperar por ser quien siempre quise ser.

Además de todas las obras presentes en tu extenso currículum literario, has publicado una edición de la obra de Gustavo Adolfo Bécquer: Rimas y prosas andaluzas (Biblioteca de la Cultura Andaluza, Sevilla, 1985). A veces, en círculos de amigos comentamos que, como uno de nuestros principales poetas, quizá no haya tenido el reconocimiento internacional que merece su obra. Tú, que has estudiado su persona y figura a fondo, ¿qué nos dirías a ese respecto?

Yo creo que Bécquer si está considerado como uno de los grandes poetas de la poesía española. Es nuestro primer poeta moderno del que han bebido poetas tan influyentes en buena parte de la poesía española actual como Manuel Machado y Jaime Gil de Biedma, entre otros muchos. Bécquer es un maestro de maestros. Enseña a escribir claro y directo. Lo que sucede con él, y lo que lo ha distanciado de buena parte de los lectores, es esa imagen cursi y blanda que se ha querido dar de él. Cuando él no era nada cursi ni blando. Lo único cursi que pueda haber en él es el aire de su época. Pero Bécquer, bien leído, sin ecos de rapsodas, es tan duro como la vida misma y como la verdad

¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes de tu carrera y/o aquel del que te sientes más orgulloso?

Nunca me he planteado esto como una carrera, sino como un modo de vida, como una manera de ser y de existir. No escribo buscando el éxito, la fama, la gloria ni nada parecido. Tampoco el dinero, porque sé por experiencia que el dinero no se consigue escribiendo como yo escribo. El dinero que he ganado escribiendo no ha sido como poeta ni como novelista siquiera. Ha sido exclusivamente como guionista. Pero eso yo ya lo sabía cuando comencé a escribir. Yo no quería triunfar. Yo quería ser un poeta maldito. Triunfar habría sido una vergüenza.

Quienes escribimos siempre andamos dándole vueltas a la cabeza. ¿Algún proyecto literario futuro del que puedas hablarnos?

No tengo proyectos, las cosas salen más o menos solas cuando lo necesitan. Ahora he descubierto la edición en Amazon y me estoy dando cuenta del peligro que tiene eso de publicar un libro en el momento que te apetezca, sin tener que esperar a que un editor se decida.  He publicado en Amazon, desde el verano hasta aquí, una selección de artículos de prensa de cuando era columnista de Diario de Sevilla, un volumen de cuentos reunidos, un libro inacabado de aforismos, una antología de poemas (69 poemas no escogidos), un librito con todas las coplas dispersas por mis distintos poemarios …Y, además, a eso, que no es todo, hay que añadir los dos libros que he publicado de manera tradicional, digamos: El cine de las sábanas blancas, mi último libro de cuentos, y Aquí nací, este es mi pueblo, una antología novelada de poemas y prosas sobre mi pueblo. Una barbaridad. Por el bien de la literatura y de los bosques, tengo que frenar.

Y para finalizar, ¿qué consejos le daría a alguien que está empezando en la escritura?

Que lea mucho, para disfrutar del placer de la lectura y para saber lo que han escrito otros y cómo lo han escrito, así se ahorrará escribir mal lo que ya está bien escrito. Escribir mucho –a escribir se aprende escribiendo–, corregir mucho y romper mucho. Aprender a corregir es fundamental. Si no te atreves a tocar un poema porque piensas que así te lo han regalado las musas, difícilmente llegarás a escribir bien. Escribir es en un alto porcentaje corregir y descartar. Otra cosa importante es procurar tener al lado a alguien con criterio que te señale los fallos. A veces uno está tan metido en el poema, que necesita que llegue alguien que le diga: como desahogo sentimental está muy bien, pero como poema es un churro.

Muchas gracias, Javier por visitarnos. Tremendo honor que nos hayas acompañado hoy en este humilde espacio dedicado a la literatura.

Gracias a ti. El honor es mutuo. 

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