Autora: Miguel Amador González
Editorial: ExLibric
Año de edición: 2024
ISBN: 978-84-10297-95-1
Número de páginas: 92
Sinopsis:
En un pequeño y olvidado
pueblo pesquero, el calor sofocante de las noches se entrelaza con la tristeza
y la esperanza de un padre desolado por la pérdida de su hija, Lucía. Entre la
vigilia y los sueños, la luna se convierte en testigo silenciosa y cómplice
luminosa de una historia sobre el duelo, la memoria y la búsqueda de consuelo
en lo imposible. A través de un relato conmovedor, poético y profundamente
humano, Para Lucía nos invita a acompañar al viejo Fernando en su lucha por no
perderse en su propio dolor. Las noches se suceden en un ciclo de cuentos que
le cuenta a su hija, cuentos que desdibujan las fronteras entre la realidad y
la fantasía, mientras la luna ilumina, escucha y, a su manera, interviene. En
este viaje emocional, cada página revela una reflexión sobre el amor
incondicional, la fragilidad humana y la eterna conexión entre los vivos y los
que ya no están. Para Lucía es una obra para quienes buscan historias que
toquen el alma y permanezcan en la memoria mucho después de que las páginas se
hayan cerrado.
Mi opinión:
Para adentrarnos en la obra de Miguel Amador quizá debamos
comenzar por los nombres: Lucía y Luna, dos presencias que no solo protagonizan
la historia, sino que la iluminan y le confieren una profunda dimensión
simbólica y emocional.
Lucía proviene
del latín lux, que significa “luz”. Era el nombre que en la antigua Roma
se daba a los niños nacidos al amanecer, cuando los primeros rayos del día
atravesaban la oscuridad. Por su parte, Luna también viene del latín lūna,
“la que alumbra la noche”, eco directo de la diosa griega Selene, encarnación
de la feminidad, del misterio y del eterno ciclo vital. Así, desde el propio
título y los personajes, Amador construye un juego de luces: una que nace, otra
que vela y la última, la que muere a medida que llega el día.
La historia
arranca con un padre, Fernando, atendiendo a su hija enferma. Pero pronto
descubrimos que no es solo una narración sobre el dolor o el duelo, sino un
viaje más íntimo: el de una conciencia que intenta encontrar sentido en medio
de la pérdida. Es ahí donde irrumpe la figura del Cuervo, que se convierte en
narrador implacable, presentándose como la conciencia encarnada del padre, y desde
cuyos ojos asistimos a la travesía emocional que nos narra su autor.
El cuervo,
lejos de ser solo un símbolo de mal augurio, representa aquí lo trascendental,
lo oculto, lo sabio. Su voz, serena y lúcida, marca una diferencia clara con la
parte emocional de la obra: donde Fernando se desgarra, el cuervo observa.
Donde el padre duda, el cuervo guía. No en vano, esta ave, que en la mitología
nórdica simboliza pensamiento y memoria, y que en la literatura británica
encarna el presagio y la lucidez. Actúa como puente entre mundos, entre la vida
y la muerte, entre el pasado y lo que aún late bajo la luna.
La ambientación
de la novela también deja una huella indeleble en el lector. Ese pueblo
pesquero, pequeño y olvidado, bañado por la luz de la luna, parece un espejo
del desarraigo: una tierra entre la memoria y el olvido, que recuerda a tantos
gaditanos exiliados, como el propio autor, afincado en la Colchester actual. Un
espacio desdibujado, nostálgico y mudo —como esos charcos en los que se refleja
la luna—, que se convierte en el escenario perfecto para el desarrollo de la
historia.
A lo largo de
la obra, Fernando no solo lucha contra la enfermedad de su hija, sino también
contra su propio derrumbe. Y es ahí donde la escritura de Miguel Amador brilla
con mayor intensidad: en su capacidad para hacernos sentir el temblor de un
padre que se deshace, la densidad del silencio, el peso de lo que no puede expresarse.
Una soledad dolorosa e irremplazable. Se perciben ecos de Poe, sí —en su
obsesión, de su lirismo oscuro—, pero también hay ternura y una belleza
contenida, de esas que cala.
En definitiva, Para
Lucía no es solo una novela sobre el duelo: es una elegía luminosa, un
canto íntimo a lo perdido y a lo que aún perdura en la memoria. Miguel Amador
demuestra aquí no solo sensibilidad, sino oficio. Con un estilo delicado y unas
descripciones que rozan lo poético, construye una historia que atraviesa al
lector y permanece. Como la luz de Lucía. Como la luna. Como ese cuervo que, en
silencio, sigue volando sobre nuestras cabezas, testigo mudo de nuestro viaje.
Parece una obra cercana y sensible.
ResponderEliminarSAludos.
A mí me lo ha resultado, y mucho, desde luego.
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