viernes, mayo 16, 2025

RESEÑA: Para Lucía de Miguel Amador González

Título: Para Lucía

Autora: Miguel Amador González


Editorial: ExLibric


Año de edición: 2024


ISBN: 978-84-10297-95-1


Número de páginas: 92

 

Sinopsis:

 

En un pequeño y olvidado pueblo pesquero, el calor sofocante de las noches se entrelaza con la tristeza y la esperanza de un padre desolado por la pérdida de su hija, Lucía. Entre la vigilia y los sueños, la luna se convierte en testigo silenciosa y cómplice luminosa de una historia sobre el duelo, la memoria y la búsqueda de consuelo en lo imposible. A través de un relato conmovedor, poético y profundamente humano, Para Lucía nos invita a acompañar al viejo Fernando en su lucha por no perderse en su propio dolor. Las noches se suceden en un ciclo de cuentos que le cuenta a su hija, cuentos que desdibujan las fronteras entre la realidad y la fantasía, mientras la luna ilumina, escucha y, a su manera, interviene. En este viaje emocional, cada página revela una reflexión sobre el amor incondicional, la fragilidad humana y la eterna conexión entre los vivos y los que ya no están. Para Lucía es una obra para quienes buscan historias que toquen el alma y permanezcan en la memoria mucho después de que las páginas se hayan cerrado.

 

Mi opinión: 

Para adentrarnos en la obra de Miguel Amador quizá debamos comenzar por los nombres: Lucía y Luna, dos presencias que no solo protagonizan la historia, sino que la iluminan y le confieren una profunda dimensión simbólica y emocional.

Lucía proviene del latín lux, que significa “luz”. Era el nombre que en la antigua Roma se daba a los niños nacidos al amanecer, cuando los primeros rayos del día atravesaban la oscuridad. Por su parte, Luna también viene del latín lūna, “la que alumbra la noche”, eco directo de la diosa griega Selene, encarnación de la feminidad, del misterio y del eterno ciclo vital. Así, desde el propio título y los personajes, Amador construye un juego de luces: una que nace, otra que vela y la última, la que muere a medida que llega el día.

La historia arranca con un padre, Fernando, atendiendo a su hija enferma. Pero pronto descubrimos que no es solo una narración sobre el dolor o el duelo, sino un viaje más íntimo: el de una conciencia que intenta encontrar sentido en medio de la pérdida. Es ahí donde irrumpe la figura del Cuervo, que se convierte en narrador implacable, presentándose como la conciencia encarnada del padre, y desde cuyos ojos asistimos a la travesía emocional que nos narra su autor.

El cuervo, lejos de ser solo un símbolo de mal augurio, representa aquí lo trascendental, lo oculto, lo sabio. Su voz, serena y lúcida, marca una diferencia clara con la parte emocional de la obra: donde Fernando se desgarra, el cuervo observa. Donde el padre duda, el cuervo guía. No en vano, esta ave, que en la mitología nórdica simboliza pensamiento y memoria, y que en la literatura británica encarna el presagio y la lucidez. Actúa como puente entre mundos, entre la vida y la muerte, entre el pasado y lo que aún late bajo la luna.

La ambientación de la novela también deja una huella indeleble en el lector. Ese pueblo pesquero, pequeño y olvidado, bañado por la luz de la luna, parece un espejo del desarraigo: una tierra entre la memoria y el olvido, que recuerda a tantos gaditanos exiliados, como el propio autor, afincado en la Colchester actual. Un espacio desdibujado, nostálgico y mudo —como esos charcos en los que se refleja la luna—, que se convierte en el escenario perfecto para el desarrollo de la historia.

A lo largo de la obra, Fernando no solo lucha contra la enfermedad de su hija, sino también contra su propio derrumbe. Y es ahí donde la escritura de Miguel Amador brilla con mayor intensidad: en su capacidad para hacernos sentir el temblor de un padre que se deshace, la densidad del silencio, el peso de lo que no puede expresarse. Una soledad dolorosa e irremplazable. Se perciben ecos de Poe, sí —en su obsesión, de su lirismo oscuro—, pero también hay ternura y una belleza contenida, de esas que cala.

En definitiva, Para Lucía no es solo una novela sobre el duelo: es una elegía luminosa, un canto íntimo a lo perdido y a lo que aún perdura en la memoria. Miguel Amador demuestra aquí no solo sensibilidad, sino oficio. Con un estilo delicado y unas descripciones que rozan lo poético, construye una historia que atraviesa al lector y permanece. Como la luz de Lucía. Como la luna. Como ese cuervo que, en silencio, sigue volando sobre nuestras cabezas, testigo mudo de nuestro viaje.

2 comentarios: