Hoy nos acompaña Javier
Salvago, poeta, memorialista, cuentista, novelista,
aforista, articulista, guionista de radio y televisión; en una palabra,
escritor.
Vamos a por la primera pregunta: ¿Quién es Javier
Salvago?
Para
bien y para mal, Javier Salvago soy yo, un escritor de 74 años que ha publicado
tres novelas, cuatro libros de relatos, dos de memorias, tres de aforismos, uno
de artículos de prensa, una docena de libros de poemas, por los que está
considerado, ante todo y sobre todo poeta,
y que durante más de treinta años ha ejercido de guionista de radio y
televisión, especialmente junto a Jesús Quintero, el famoso Loco de la
colina. Dicho lo cual, cada día tengo menos claro quién soy, qué hago aquí,
a dónde voy y qué clase de mala broma, de espejismo o de condena es todo esto
que llamamos vida.
¿A qué edad comenzaste a escribir?
Creo que a los trece o catorce años. En el internado
se me daban muy bien las redacciones y el cura que nos daba literatura me
animaba a escribir. Incluso me eligió para representar al colegio en el
concurso anual de redacción que por entonces organizaba Coca–Cola. El tema, en
aquella ocasión, fue la rueda, y no supe qué decir, me quedé en blanco. Cuando
la rueda –es decir, el paso del tiempo, los giros de la vida– se convertiría
posteriormente en el tema central de mi poesía.
¿Qué recuerdos tienes de tus primeros textos?
Muy
malos. Mis primeros textos eran muy torpes. Copiaba a Juan Ramón, a Bécquer, a
Federico García Lorca, a Antonio Machado, pero la verdad es que me costó mucho
llegar a descubrir mi propia voz. Yo era un chico de pueblo, no conocía a
ningún poeta o escritor que me orientase. Entonces no era como hoy que
cualquier joven poeta puede hacer amistad y ponerse en contacto a través de las
redes con muchos escritores. A mí, sin ir más lejos, me suelen mandar algunos jóvenes
poetas sus poemas para que les dé mi opinión. Yo, entonces, no tenía nada de eso.
Tuve que ir dando palos de ciego hasta que, ya en Sevilla, fui conociendo a
algunos compañeros, algunos más sabios que yo, como Fernando Ortiz, que me ayudaron a encontrarme. Lo mejor que le
puede pasar a un poeta, a un escritor o a un artista en general, es tener cerca
a alguien con fundamento, con criterio, que le señale los errores que uno mismo
no puede ver.
¿Qué es para ti la poesía?
A lo
largo de mi vida he ido identificándome con distintas definiciones. Pero creo
que la poesía es, ante todo, diálogo con uno mismo (“converso con el hombre que
siempre va conmigo”, que decía Antonio Machado). Creo que la poesía es un
ejercicio individual, íntimo, personal, no solo para el que la escribe, sino
también para el que la lee. Se escribe y se lee en soledad. Yo escribo lo que
siento que tengo que escribir, lo que me pide el cuerpo y el alma, y cuando no
me piden nada, cuando no tengo nada que decir, me callo. Pero a mis años, estoy
dispuesto a admitir que poesía es todo lo que cualquier poeta o cualquier
lector sienta que es poesía. De hecho la poesía está en todas partes, en un
atardecer, en la mirada de un niño o de una enamorada o enamorado, en cualquier
manifestación de la naturaleza y de la vida, tanto en el dolor como en la felicidad,
en la tristeza como en la alegría, en la fealdad como en la belleza. Todo es
poesía, pero no todo es un poema. En eso, soy más riguroso. Todo es poesía,
pero no cualquier cosa es un poema.
¿Tu
rincón preferido a la hora de escribir?
Mi
cuarto, pero he sido guionista de radio y televisión durante treinta años y
puedo escribir en cualquier lugar y en cualquier parte. Además escribir no es
solamente sentarse y aporrear el ordenador. Se escribe y se corrige mentalmente
paseando por la calle, sentado en el váter, viajando en el metro o en el
autobús… La cabeza de un escritor no para. Siempre le está dando vueltas al poema,
al relato o a la novela que tiene entre manos. Yo he escrito algunos libros de
aforismos, y la mayoría de los aforismos los he escrito hablando solo por la
calle.
Cada uno tenemos una manera de armar nuestros
textos de la nada. ¿Cuáles son tus fuentes de inspiración?
Mi
fuente de inspiración es escuchar, escucharme. Ver si tengo algo que decir, si
hay algo dentro que quiera salir en forma de poema o de cualquier otra manera.
En mi caso se trata de conversar con el hombre que siempre va conmigo, como ya
he dicho. Suelo buscar más dentro que fuera.
Tus
libros han merecido galardones tan prestigiosos como el Premio Luis Cernuda, El
Rey Juan Carlos I o el Premio Nacional de la Crítica. ¿Qué es lo que hace a un
poema único?
Pues
no lo sé. Supongo que un poema es único cuando aporta algo nuevo, algo único, algo distinto, algo que antes no existía, por
mínimo que sea. Un poema es único quizá cuando cualquier lector lo lee como si
fuera suyo.
¿Puede
alguien convertirse en poeta con la edad o se nace siéndolo?
En
mi caso, yo me sentí poeta antes de haber escrito un mal verso. Desde muy
jovencito yo quería ser poeta, y además poeta maldito, y me empeñé en
conseguirlo. Me destrocé la vida incluso en el intento. Porque yo soy un poeta
de los antiguos, de los que no distinguían entre vida y obra. La vida era la
obra y la obra era la vida. Escribir versos no era un arte ni un oficio, aunque
lo fuera, sino la manera natural de expresarse un poeta. Pero ya te digo que yo
llegué a ser poeta porque desde muy jovencito me creí que lo era. Y para ser cualquier
cosa en la vida el primer paso es creérselo .
Tu primera obra publicada fue Canciones del
amor amargo (Ángaro, Sevilla,1977). ¿Cómo ha evolucionado tu poesía desde
entonces?
Bueno,
ese es un libro con poemas de aluvión que había venido escribiendo casi desde
que empecé a escribir hasta que lo publiqué. Es un libro escrito bajo la
influencia del alcohol con el que no me identifico demasiado. No porque lo
escribiera borracho y ya no bebo, sino porque ahí todavía no era yo. O yo era
otro, como diría Rimbaud. Lo que más me choca de ese libro es la escenografía: jardines,
alcobas, pianos, chimeneas, castillos, pitonisas… No sé de dónde salía aquello.
Supongo que de lecturas mal digeridas.
En el año 2021, te adentras en la prosa de
larga extensión con tu primera novela: La matanza de Collejas (Espuela de Plata
2021). ¿Cómo fue tu experiencia?
Anteriormente
había escrito dos libros de memorias y tres de relatos, creo. La Matanza de
Collejas la escribí a los setenta años y la publiqué a los setenta y uno; es
decir, cuando lo normal es ir pensando en jubilarse. Pero una cosa que fui
descubriendo, cuando dejé de trabajar como guionista, es que aquel trabajo por
momentos odioso y absorbente que no me dejaba escribir para mí –estuve catorce
años sin escribir un verso y sin publicar ningún libro–, ese escribir por
obligación diariamente, que me quitó las ganas de escribir por devoción, me dio
músculo literario y la necesidad casi física de tener que escribir todos los
días. A mí las manos me piden escribir, no pueden estar quietas, y además me
siento con más fuerza para escribir ahora que cuando solo era un poeta que
escribía versos. Antes, pensar en escribir una novela, imaginar ese esfuerzo,
me cansaba. Ahora me puedo escribir una novela en dos meses. Luego estoy medio
año corrigiéndola, pero el borrador me lo escribo de un tirón. Eso es gracias
al músculo literario y a esa necesidad casi física de escribir que me dejó mi
trabajo de guionista.
El año pasado publicaste La primera que lo
llamó Alain Delon (Renacimiento, 2023), ¿de qué trata?
Suelo decir que para mí escribir novelas es mi
juguete de viejo. Escribo novelas para entretener los años que me quedan
haciendo algo que me gusta y me divierte. Hay escritores que dicen que sufren
escribiendo, pero yo me lo paso muy bien escribiendo novelas, aunque en mis
novelas suele morir hasta el apuntador. Son muy negras, hay muchos crímenes y
mucho vicio. Concretamente, en La primera que lo llamó Alain Delon,
todos los personajes tienen una parafilia. Yo creo que la depravación forma
parte de nuestras costumbres más íntimas y de nuestros más ocultos pensamientos.
Somos profundamente depravados. Y aquí todos son unos depravados, pero no
porque sean la excepción, sino porque todos lo somos. Esa novela es un espejo
en el callejón de los deseos ocultos. Se abre con una cita de Sigmund Freud que
dice: “En todo ser humano hay deseos que no querría comunicar a otros ni
tampoco confesarse a sí mismo”.
También
eres escritor de aforismos. Un ejemplo es tu libro Hablando solo por la calle (La
isla de Siltolá, 2016). Para quienes no estén tan familiarizados con ciertos
términos literarios, ¿podrías explicarnos qué es un aforismo?
Yo
he dicho alguna vez que un aforismo es una frase feliz que no necesita la
compañía de otras para sentirse plena y realizada. Y también lo he definido
como el pomposo nombre que algunos damos a las solemnes tonterías que se nos
ocurren. Pero un aforismo es lo que toda la vida de Dios se ha llamado máxima,
sentencia, proverbio, etc. Un aforismo es un dicho, una frase célebre, una
frase de almanaque. A mí no me gusta llamar aforismos a mis aforismos. Prefiero
llamarlos fragmentos y frases sueltas. No me considero aforista, aunque he
escrito tres libros de aforismos. Al principio eran frases que colgaba en
Facebook y que reuní cuando tuve suficientes para un libro. Quizá lo hice
porque desde hace unos años el aforismo está de moda. Han salido aforistas
hasta de debajo de las piedras. Y, como en todo lo que abunda, hay malo, muy
malo, regular y bueno.
¿Nos
dejarías uno de ellos?
Te dejo tres. Uno del primer libro, “el éxito
–como la felicidad, según Séneca– es no necesitarlo”. Otro, del segundo: “La historia
de la humanidad es una pesadilla que se muerde la cola”. Y otro, del último: “Hay citas que no invitan a leer a sus autores”. No creo que sean los
mejores, pero son los primeros que me han venido.
El
estilo de un autor podría definirse como esa manera de expresarse única que le
caracteriza, aquellos rasgos propios que lo diferencian del resto. ¿Cómo
definirías el tuyo?
Yo
creo que el estilo es la expresión de la personalidad. El estilo es el
carácter. Uno escribe, cuando escribe honradamente, como es. Mi estilo soy yo.
Y eso es lo que me diferencia del resto. Que solo yo soy yo. Los demás son
ellos. Parece fácil, pero ser uno mismo y escribir como uno mismo es lo más
difícil. Yo no escribo para impresionar,
deslumbrar o confundir. Escribo para entenderme y para que me entiendan. No soy
tan pretencioso como para exigirle al lector un esfuerzo sobrehumano para ponerse
a mi altura. No quiero que haga cábalas adivinando qué he querido decir. Quiero
que tenga claro que lo que he querido decir es lo que he dicho. Creo, como,
Ezra Pound, que escribir bien es escribir con control perfecto, el
escritor dice exactamente lo que quiere decir y lo dice con completa claridad.
¿Qué
te ha dado la escritura a lo largo de todos estos años?
Podría decir que me lo ha dado todo, me ha descubierto a mí mismo, me ha hecho
a mí mismo. Por ella soy como soy y quien soy.
¿Sientes
que te ha quitado algo?
No,
no he renunciado a nada por la literatura. Entre otras cosas, porque nada
(salvo mi hijo, mi mujer, mi gato, que el pobre ya murió, y mi familia) me ha
importado más que lo que hago, escribir. Soy lo que siempre quise ser y tengo
lo que se podía esperar por ser quien siempre quise ser.
Además de todas las obras
presentes en tu extenso currículum
literario, has publicado una
edición de la obra de Gustavo Adolfo Bécquer: Rimas y prosas andaluzas
(Biblioteca de la Cultura Andaluza, Sevilla, 1985). A veces, en círculos de
amigos comentamos que, como uno de nuestros principales poetas, quizá no haya
tenido el reconocimiento internacional que merece su obra. Tú, que has
estudiado su persona y figura a fondo, ¿qué nos dirías a ese respecto?
Yo creo que Bécquer si está
considerado como uno de los grandes poetas de la poesía española. Es nuestro
primer poeta moderno del que han bebido poetas tan influyentes en buena parte
de la poesía española actual como Manuel Machado y Jaime Gil de Biedma, entre
otros muchos. Bécquer es un maestro de maestros. Enseña a escribir claro y
directo. Lo que sucede con él, y lo que lo ha distanciado de buena parte de los
lectores, es esa imagen cursi y blanda que se ha querido dar de él. Cuando él
no era nada cursi ni blando. Lo único cursi que pueda haber en él es el aire de
su época. Pero Bécquer, bien leído, sin ecos de rapsodas, es tan duro como la
vida misma y como la verdad
¿Cuál
es el mejor recuerdo que tienes de tu carrera y/o aquel del que te sientes más
orgulloso?
Nunca
me he planteado esto como una carrera, sino como un modo de vida, como una
manera de ser y de existir. No escribo buscando el éxito, la fama, la gloria ni
nada parecido. Tampoco el dinero, porque sé por experiencia que el dinero no se
consigue escribiendo como yo escribo. El dinero que he ganado escribiendo no ha
sido como poeta ni como novelista siquiera. Ha sido exclusivamente como
guionista. Pero eso yo ya lo sabía cuando comencé a escribir. Yo no quería
triunfar. Yo quería ser un poeta maldito. Triunfar habría sido una vergüenza.
Quienes escribimos siempre andamos dándole
vueltas a la cabeza. ¿Algún proyecto literario futuro del que puedas hablarnos?
No
tengo proyectos, las cosas salen más o menos solas cuando lo necesitan. Ahora
he descubierto la edición en Amazon y me estoy dando cuenta del peligro que
tiene eso de publicar un libro en el momento que te apetezca, sin tener que
esperar a que un editor se decida. He
publicado en Amazon, desde el verano hasta aquí, una selección de artículos de
prensa de cuando era columnista de Diario de Sevilla, un volumen de cuentos
reunidos, un libro inacabado de aforismos, una antología de poemas (69 poemas
no escogidos), un librito con todas las coplas dispersas por mis distintos
poemarios …Y, además, a eso, que no es todo, hay que añadir los dos libros que
he publicado de manera tradicional, digamos: El cine de las sábanas blancas, mi
último libro de cuentos, y Aquí nací, este es mi pueblo, una antología novelada
de poemas y prosas sobre mi pueblo. Una barbaridad. Por el bien de la
literatura y de los bosques, tengo que frenar.
Y para finalizar, ¿qué consejos le daría a
alguien que está empezando en la escritura?
Que
lea mucho, para disfrutar del placer de la lectura y para saber lo que han
escrito otros y cómo lo han escrito, así se ahorrará escribir mal lo que ya
está bien escrito. Escribir mucho –a escribir se aprende escribiendo–, corregir
mucho y romper mucho. Aprender a corregir es fundamental. Si no te atreves a
tocar un poema porque piensas que así te lo han regalado las musas,
difícilmente llegarás a escribir bien. Escribir es en un alto porcentaje
corregir y descartar. Otra cosa importante es procurar tener al lado a alguien
con criterio que te señale los fallos. A veces uno está tan metido en el poema,
que necesita que llegue alguien que le diga: como desahogo sentimental está muy
bien, pero como poema es un churro.
Muchas gracias, Javier por visitarnos. Tremendo
honor que nos hayas acompañado hoy en este humilde espacio dedicado a la
literatura.
Gracias
a ti. El honor es mutuo.