Un tema que llevaba tiempo queriendo abordar en el blog es el síndrome del impostor, también conocido como del fraude, pero por diferentes motivos he ido postergando en el tiempo. Lo más probable es que tenga que ver con que lo he padecido durante tanto tiempo (y a veces sigo sufriendo) en mis propias carnes y por ese mismo motivo prefería demorarlo.
Para hablar de él, voy
a llevar a cabo un autoanálisis, pero antes me gustaría dejar claro que esto es
más la búsqueda de un remedio para mí mismo que una retahíla de consejos que
podría no servir a nadie más. Eso sí, espero que al menos mi experiencia ayude
de algo a quien lea este artículo.
Lo primero que haré
será responder a la siguiente pregunta:
¿Qué es el síndrome del
impostor?
De acuerdo con los
especialistas en la materia se trata de un fenómeno psicológico que se da
cuando una persona ha sido capaz de llevar a cabo un logro en su vida, pero es
incapaz de asimilarlo como tal, de tal modo que no se siente digno de sus
triunfos y es incapaz de apreciar la repercusión y éxito de su trabajo o
proyecto a pesar del entrenamiento, esfuerzo y tiempo que haya podido emplear
en llevarlo a cabo.
Si bien en la mayoría de los casos se da en el ámbito profesional, ya sea por un cambio de trabajo, un ascenso en la empresa, un aumento de sueldo… también puede desarrollarse en cualquier faceta de nuestra vida. Pero como este es un blog dedicado a la escritura, en este artículo nos centraremos el síndrome del escritor impostor.
He de reconocer que me ha costado bastante
“superarlo” y que ha sido no solo gracias a mi perseverancia y esfuerzo,
también al apoyo de gente que me rodea y me ayuda a creerme que soy escritor.
A lo largo de mi carrera como tal, me he
hecho varias preguntas para así mantenerme continuar motivado en la escritura y sortear mis
miedos, porque el síndrome del impostor también es miedo. Miedo al juicio de
los demás, miedo a no estar a la altura, miedo a quedarte sin ideas, miedo a quedarte
bloqueado... Y no solo miedo, también vergüenza. Vergüenza a que los demás
crean que las historias que escribo son autobiográficas, a que yo pienso como
mis personajes o villanos, al juicio externo... Y también tiene que ver con la inseguridad, inseguridad de que la historia no sea lo suficientemente buena, a que los diálogos no sean naturales, a que las descripciones se hagan muy pesadas...
Voy con algunas de esas preguntas que me
ayudaron a superar este mal que a tantos autores afecta:
¿Por qué escribo?
Porque me satisface, porque consigo evadirme, porque
es mi válvula de escape, porque me lo paso pipa creando tramas,
desarrollándolas e hilvanándolas mientras mis personajes tratan de resolver el
conflicto que les presento. Porque cuando pongo punto final a un manuscrito, me
siento realizado y pleno. Entonces ¿por qué me atacan esos miedos? Ahí es
cuando trato de dar respuesta a las nuevas preguntas que me asaltan:
¿Merece la pena lo que escribes?
Esta pregunta me la hacía cuando llegaba el
momento de pasarles el texto a mi círculo de confianza para que lo leyesen y me
diesen su opinión. Estaba en vilo hasta que recibía el feedback por su
parte. No os queráis imaginar cuando se trataba de una novela o un manuscrito que tenía planeado enviar a un certamen literario. Cuando recibes
críticas positivas es bastante gratificante, pero si hay alguna que no lo
es tanto, o un matiz concreto a valorar por parte del autor (véase la longitud
de un capítulo, si hay algún pasaje que no se entiende, o si es más o menos
dinámico), la cosa cambia, porque si bien no le das la importancia que merecen
a las mejores, sí que potencias las negativas. Y entonces
es cuando viene el problema, porque no usas la misma vara de medir para ambas, del mismo modo que te parece que todo está mal cuando en realidad es
solo una pequeña parte a juicio de ese lector o lectora en cuestión al que le has pedido su opinión.
A esa se suman más preguntas como:
¿Debería seguir escribiendo?
Aunque en tu fuero interno sabes que sí, y que
es una tontería lo que te estás planteando, empiezas a darle vueltas hasta que
ese runrún se instala en tu cerebro. Todo se te pasa cuando acabas tu último
manuscrito y tras ver el resultado, una sonrisita tonta te ilumina la cara por
el orgullo que sientes hacia ti mismo por ser capaz de haber creado una historia
tan chula. Sin embargo, eso no evita que sigas castigándote porque no eres un
verdadero escritor.
Y es que siempre buscarás un motivo para no
serlo, ya que si resultas finalista o ganador de un concurso, es porque se
presentaron pocos o el nivel era muy bajo. Si alguien te dice que el último
texto que has escrito es muy bueno es porque quiere hacerte sentir bien. Si
eligen tu relato para formar parte de una antología es porque has tenido suerte.
Si eres autoeditado porque nunca has publicado con una editorial. Si lo has
hecho con alguna, porque esta era muy pequeña o no tenía demasiada repercusión
en el mercado. Y así podríamos seguir hasta no acabar nunca.
¿Por qué creo que me ocurre esto?
En mi caso, podría tratarse de una excesiva autoexigencia,
porque después de trabajar mis ocho horas diarias y de cumplir con mis tareas
cotidianas, me siento a escribir mínimo una hora o 500
palabras. Y con el tiempo me he dado cuenta de que no siempre tengo la misma motivación para escribir ese número de palabras, y que no pasa
nada porque unos días escribas 600 y otros 300 o 175. O ninguna. Y que no todos los días
estás tan fresco o descansado y puede ser que te salga una sesión de mayor
calidad que otra. Además, para eso ya están las revisiones.
Por exceso de perfeccionismo. No paro de revisar
los textos hasta casi llegar a detestarlos. Y eso, a fin de cuentas, es un
inconveniente, porque hay que saber frenar a tiempo y corregirlos en su justa
medida hasta que estén bien pulidos, pero hay que ponerse un límite sano para
que vean la luz.
Por compararme con otros autores en lugar de analizar mi propia progresión. Aunque he tenido la suerte de comprender más temprano que tarde que la clave está en mirar hacia mis adentros y no hacía fuera, y de prestar atención a mi progresión y la de nadie más. No digo que sea malo fijarse en otros, pero solo para aprender a hacer las cosas que no sabemos o para mejorar la técnica o estilo. Debemos tener en cuenta que cada uno seguimos un camino distinto, y de ahí que los resultados no vayan a ser los mismos, ya que dependen de diversos factores (algunos de ellos puede incluso que ni siquiera estén bajo nuestro control) además de las decisiones que tome cada uno en determinados momentos. Y porque normalmente nos comparamos con quienes les ha ido mejor que a nosotros. Esa autora que ganó el concurso en el que tú quedaste finalista, o con el ganador o el segundo premio de aquel al que nunca te presentaste porque ese mes tenías los exámenes o estabas a tope de trabajo. Tampoco podemos pretender que, porque otro escritor haya vendido 57 copias en su presentación, nosotros tengamos que vender las mismas o más. Porque seguramente vendas menos, y ya será un buen número, que además dependerá de otros factores como la fecha de publicación, tu audiencia lectora, el tiempo que lleves escribiendo, o cuestiones tan incontrolables como pueda ser el clima que haga ese día.
Prestar más atención de la debida a ese otro yo que me dice que lo que
he escrito no merece la pena, y no a mi verdadero yo; ese que sabe el esfuerzo
que me ha supuesto conseguir mi meta, los obstáculos que ha debido sortear y
que conoce cuáles son sus limitaciones.
¿Qué es lo que he hecho para enfrentarme a ese miedo?
- Marcarme pequeños objetivos hasta la consecución de uno mayor.
- No compararme con otros
autores y centrarme en mis progresos.
- Apreciar mis éxitos
como se merecen y celebrarlos.
- Gestionar mis
expectativas y que sean acordes con la realidad.
- Creerme que soy
escritor, y que no hace falta vivir de la literatura para serlo.
- Entender que no tengo
que demostrarle nada a nadie.
- Aprender a disfrutar de lo que hago.
- Contestar a quien me pregunte si soy escritor con una respuesta afirmativa y no andarme por las ramas. Porque ya llevo bastantes años escribiendo, he publicado varios relatos en webs y revistas especializadas, antologías y tengo cuatro obras publicadas que han sido valoradas de manera positiva por la audiencia.
- Y apreciar en mayor medida todas las actividades complementarias a la escritura que hago al cabo del día y que hablan de mi pasión por ella: escribir, leer, reseñar, corregir, maquetar, redes sociales, blog…
¿Qué es lo que no voy a hacer?
· Buscar excusas para menospreciar mi trabajo.
· Dejar de escribir porque eso me haría sentirme mal.
Y con estas conclusiones, me despido hasta la próxima. Si quieres saber más sobre mí y lo que hago, puedes clicar en el enlace ;-)
Gracias por leerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario