Autora de novelas
como "Lágrimas sobre la acera", ambientada en la Valencia de 1969, y
coautora de "No te fíes" bajo el seudónimo Sarah Miller, Pepa ha
demostrado su versatilidad transitando del teatro juvenil al relato y la novela
negra. Su libro de relatos "Almas de barro" y otras obras como
"Río Mudo" y "El reino de Eidos" conforman un universo
literario donde los personajes, especialmente las mujeres, enfrentan
situaciones límite con una dignidad que conmueve. Galardonada en diversos
certámenes literarios, Morató representa una voz imprescindible en el panorama
actual de las letras valencianas.
Naciste en l'Alqueria
de la Comtessa. ¿Cómo ha marcado tu tierra valenciana tu forma de contar
historias?
Creo que el lugar en
el que vine al mundo: mi familia, mi pueblo y las personas que me rodearon han
dejado una huella perenne que se nota en mi manera de escribir y de ver el
mundo. Tuve la suerte de nacer en una tierra de luz, de impregnarme desde
pequeña con el olor de la flor de azahar y el perfume salobre del mar.
Los paisajes, las
experiencias vividas, las personas con las que conviví… todo ello ha formado un
poso que aparece, a veces de forma inconsciente, en mis creaciones. De algún
modo, cada historia que cuento, lleva dentro un poco del lugar que me vio
nacer. La dualidad entre el sonido del mar y el silencio de los campos al atardecer,
tan propia del Mediterráneo, me ha ayudado a construir personajes que oscilan
entre la luz y la sombra, entre el deseo de pertenecer y la necesidad de
huir.
Antes de lanzarte a la novela, escribiste varias obras de teatro juvenil. ¿Qué te enseñó el teatro sobre el diálogo y los personajes que luego aplicaste a la narrativa?
El teatro fue mi
primer laboratorio de voces. En el teatro, el diálogo es lo más importante, es
la respiración de la historia. Cada palabra tiene peso. Cada silencio también.
Creo que el teatro me dio el oído y la paciencia necesarios para escuchar a los
personajes.
Cuando pasé a la
narrativa seguí tratando a mis personajes como si fueran actores, porque en la
novela también buscan su lugar en la escena, también se esconden tras sus
propias máscaras.
Lágrimas sobre la
acera
nos transporta a la Valencia de 1969. ¿Qué te llevó a elegir precisamente ese
año y ese momento histórico para ambientar la historia de Catalina?
Elegí 1969 porque fue
el año en que yo misma me vine a la capital a estudiar. Fue un año en el que
parecía que todo estaba a punto de cambiar y, sin embargo, nada cambiaba del
todo. Fue una época convulsa de protestas estudiantiles, de manifestaciones, de
pasquines que aparecían por las calles. Me pareció el lugar y el momento
perfectos para situar a Catalina, una joven que también vive en ese límite, en
la duda permanente, entre el miedo y su necesidad de liberación como mujer. Me
interesaba esa dualidad, su lucha entre los dos mundos en los que tuvo que
vivir durante aquel año. Catalina representa, como tantos entonces, la antesala
del cambio, la de una generación que luchaba por un futuro diferente al que les
había tocado vivir.
Catalina recibe una
lámpara manchada de sangre que destapa un pasado oscuro. ¿Cómo nació esa imagen
tan potente como detonante de la trama?
La lámpara nació como
una imagen que me servía de excusa para revelar lo que se había querido ocultar
en el pasado. Siempre me ha fascinado cómo los objetos guardan silencio durante
años, pero siguen ahí, como testigos mudos. En Lágrimas sobre la acera, la lámpara es eso: un testigo
involuntario, una verdad que se resiste a ser olvidada. Fue un comienzo in medias res para obligar a mirar a
Catalina hacia atrás, hacia sus recuerdos. Un símbolo que se impuso como el
motivo que iba a encender la historia.
Has dicho que
escribes sin edulcorar ni censurar. ¿Es difícil mantener esa honestidad cuando
abordas temas tan dolorosos o incómodos?
Sí, es difícil, pero
también necesario. Escribir sin edulcorar ni censurar significa mirar la
historia de frente sin traicionar su esencia. Si se edulcora, se traiciona; si
se evita, se dejan de contar ciertos hechos que es conveniente sacar a la luz.
A veces, cuando escribo, siento que me acerco a zonas donde el silencio pesa,
donde las palabras duelen. Pero precisamente ahí es donde la escritura se
vuelve más viva. Creo que la honestidad literaria es no apartar la vista cuando
lo fácil sería hacerlo, es permitir que la incomodidad revele lo que somos y lo
que fuimos. Porque solo cuando una historia se atreve a ser incómoda, puede ser
también transformadora.
La literatura suele
ser un terreno solitario, un diálogo con una misma, y de pronto ese espacio se
abrió a tres voces que debían llegar a consensos. No es fácil escribir a seis
manos, hay que aprender a ceder, a escuchar, a descubrir que la idea de otro
puede ser mejor que la tuya…
Cada una aportó su
tono, su ritmo, su manera de entender la historia. Y nos lo pasamos realmente
bien construyendo la trama, haciendo hablar a los personajes e investigando los
lugares necesarios para elegir los mejores escenarios. Quedábamos un día a la
semana y cada una llevaba el capítulo que habíamos programado en la sesión
anterior. Entre las tres elegíamos la mejor idea que, en muchas ocasiones,
solía ser un compendio de todas. Y al final, fue una experiencia muy bonita,
una voz nueva, distinta de las nuestras individuales. Creamos la voz propia de
Sarah Miller.
La novela mezcla el
thriller universitario con las vivencias de una joven estudiante. ¿Qué desafíos
encontraste al escribir para un público más juvenil dentro del género negro?
El principal desafío
fue encontrar el equilibrio entre la tensión del thriller y la autenticidad de
la experiencia juvenil. Queríamos compaginar misterio y suspense, pero también
que los personajes se sintieran reales; que sus dudas, miedos y descubrimientos
no se sintieran impuestos sino vividos. Ese cuidado entre suspense y
verosimilitud hizo el proceso de escritura más estimulante.
Escribir para un
público más joven dentro del género negro exige respeto: respeto por su
capacidad de comprender situaciones conflictivas, pero también por su necesidad
de esperanza. No se trata de suavizar los problemas sino de presentarlos de
manera que inviten a pensar y a sentir, sin perder la intensidad de la historia.
El formato breve lo
trabajé durante muchos años.
El relato me atrae
porque es una historia contada de manera más breve que la novela; esta característica te obliga a sintetizar,
a decir mucho con poco y a tener un subtexto poderoso si se aspira a que
realmente sea un buen relato. Es otra manera de contar historias de
forma más concentrada, más directa y con la misma capacidad de dejar una marca
en quien lee.
En este libro
recopilé veinticuatro relatos (algunos de ellos galardonados con algún premio).
El título Almas de
barro es muy evocador. ¿Qué representa para ti esa fragilidad del barro
aplicada al alma humana?
Para
mí, Almas de barro
es una metáfora de nuestra fragilidad y, al mismo tiempo, de nuestra capacidad
de moldearnos. El barro se rompe con facilidad, pero también puede rehacerse,
adquirir nuevas formas, conservar cicatrices que lo hacen único. Creo que el
alma humana funciona de manera muy parecida: se enfrenta a golpes, pérdidas y
secretos, y aun así encuentra maneras de recomponerse, de resistir y de
transformarse.
La recuerdo como una
persona muy activa y con mucho entusiasmo, que ponía el alma en lo que hacía.
Esta obra nació de la urgencia de acercar la mitología y la historia al mundo
juvenil.
Hay algo muy bonito
en la primera novela que se escribe: una sensación de que todo es posible, de
que cada página que se avanza es un descubrimiento.
Su recuerdo me enseña
que escribir no es solo sentarse frente a una página en blanco: es permitirse
soñar despierta, sin miedo a los equívocos, y confiar en que el mundo que crees
va a merecer la pena.
¿Puedes contarnos de
qué trata Río Mudo? ¿Es quizá la obra que más te ha costado escribir?
El río mudo cuenta la historia de una profesora muy involucrada en
su trabajo, que lleva muchos años en un mismo destino y que, de forma
inesperada, recibe una denuncia por acoso sexual. A partir de ahí comienza a
desmoronarse su vida, tanto profesional como personal. Esta historia nos hace
cuestionarnos la fidelidad, el poder de las redes sociales, la importancia de
los rumores y las maledicencias. Es una obra densa de vida y emoción. Muy
próxima y humana.
Ha sido una obra muy
difícil de escribir. Cada escena exigía delicadeza y valentía; quería ser fiel
a la intensidad de las emociones sin caer en la exposición gratuita, quería que
los personajes fuesen humanos y vulnerables.
Ese equilibrio entre verdad y ficción fue un desafío constante, pero
también una experiencia muy enriquecedora.
Has ganado varios
premios en certámenes de relatos. ¿Recomiendas a otros escritores este tipo de
entrenamiento para entintar la pluma?
Los
certámenes literarios son una buena
manera de entrenar y de valorar lo escrito. El problema es saber a qué certámenes concurrir para no
caer en el desánimo, ya que muchos de ellos están dados de antemano. A pesar de
eso, creo que son un buen sistema porque permite recibir retroalimentación,
conocer otras voces y confrontar tu propia escritura con la de otros autores. Comparar
trabajos puede ser un aprendizaje intenso y enriquecedor que, más allá de los
premios, ayuda a mejorar la forma de narrar y pulir la pluma.
Como docente,
¿sientes que tus alumnos han influido en tu forma de escribir, especialmente
cuando abordas personajes jóvenes?
Sin ninguna duda. El contacto diario con los estudiantes me ha
proporcionado un conocimiento sobre sus historias; me ha enseñado a reconocer
sus voces; y me ha ayudado a entender cómo perciben el mundo. Todo esto me ha
dotado de una atención al detalle, a la complejidad de la adolescencia y la
juventud, a fijarme en que cada ser es único y que, incluso dentro de
situaciones comunes, hay matices infinitos. Escucharlos y acompañarlos en su
aprendizaje me ha ayudado a construir personajes que se sienten reales.
A lo largo de tu obra
hay una constante: personajes, especialmente mujeres, que enfrentan situaciones
límite. ¿Qué te interesa explorar sobre la condición femenina en contextos de
presión?
Me
interesa explorar cómo reaccionamos cuando la vida se quiebra, cuando las
reglas que creemos inamovibles se desmoronan. En mis historias, las mujeres no
son heroínas, son personas reales, con miedo, con dudas, enfrentadas a
situaciones que las obligan a tomar decisiones que revelan su carácter y su
resiliencia.
En
mis obras intento mostrar la complejidad de la condición humana en general (y
femenina en particular), de cómo la presión y la adversidad sacan a la luz
aspectos de nosotros mismos que a menudo permanecen invisibles. Me atrae esa
tensión entre vulnerabilidad y fortaleza, entre lo que se espera y lo que se es
capaz de hacer, y cómo, a través de esas experiencias límite, los personajes
encuentran su voz y su identidad.
¿Proyectos literarios
a la vista de los que puedas hablarnos?
Siempre
hay proyectos que me acompañan en la vida diaria. Ahora estoy inmersa en una
novela de la que no puedo desvelar todavía demasiado, pero versará sobre el
poder de los celos y la avaricia.
Me
atrae la idea de seguir jugando con los géneros, de encontrar voces que aún no
he explorado. Cada proyecto lo siento como un desafío distinto y eso es lo que
lo hace emocionante: escribir es, para mí, un proceso de descubrimiento
constante, tanto del mundo como de mí misma.
¿Qué le dirías a esa
pepa que se enfrentaba a su primer manuscrito si tuvieras la oportunidad de
hablar con ella?
Le diría que disfrute
de la escritura, que escriba lo que a ella le hace feliz, que no intente pensar
en lo que está de moda y vende más, que no desespere en el proceso de publicar
y, sobre todo, que no se olvide de leer mucho.
Gracias, Pepa. Un
placer y un honor poder haber mantenido esta charla contigo. Te deseo lo mejor.
El placer ha sido mío, Leonardo.
Te doy las gracias por la labor tan magnífica que haces dándonos
visibilidad a los autores y por esta conversación tan cuidada y profunda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario