lunes, mayo 26, 2025

10 PREGUNTAS a Sisina Anze - Versión escrita

Hoy tengo el placer de abrir las puertas de este espacio a Sisinia Anze, escritora e investigadora boliviana cuya obra se mueve entre la memoria, la identidad y la imaginación con una sensibilidad tan profunda como genuina. Desde la investigación académica hasta la creación literaria, Sisinia ha tejido un recorrido vital en el que la palabra no es solo herramienta, sino también hogar y espejo. En esta charla buscamos adentrarnos en su mundo creativo, conocer sus procesos, sus motivaciones, y descubrir aquello que alumbra su escritura.

Sisinia, ¿recuerdas el primer momento en que sentiste que la literatura sería parte esencial de tu vida?

Lo recuerdo con nitidez, porque nació de una experiencia íntima y profundamente dolorosa que redefinió mi existencia. Mi padre, un lector voraz, cuya pasión por las letras iluminaba nuestro hogar, perdió casi por completo la vista tras un derrame de mácula. Presenciar su abatimiento, la sombra de la depresión al verse imposibilitado de sumergirse en los mundos que tanto amaba, me desgarró. Movida por un impulso que brotaba del amor que sentía por él, comencé a leerle en voz alta. Aquel acto se transformó en un ritual sagrado, un puente de palabras entre su atención al escucharme y mi voz. Con el tiempo, esas lecturas le ofrecieron momentos de entretenimiento y compañía, y además encendieron en mí una chispa inesperada. Fue como si alguien hubiera accionado un interruptor, y la luz de la imaginación, siempre latente, inundara mi ser. Mi padre, con su sensibilidad intacta, percibió esa metamorfosis y comenzó a alentarme a escribir. Yo, sin embargo, me resistía, atenazada por la duda, por el temor a no estar a la altura. Hasta que una madrugada, a las tres, una urgencia irrefrenable me despertó. Me senté frente a la computadora y, casi en un trance, tejí el primer capítulo de lo que se convertiría en mi ópera prima. Desde ese instante, la escritura se ancló en mi vida, no solo como un acto de amor, sino como un verdadero renacimiento personal.

Tu carrera combina la investigación y la creación literaria. ¿Cómo dialogan estas dos facetas en tu día a día como escritora?

Para mí, la investigación y la creación literaria son dos almas gemelas que danzan en un abrazo indisoluble. La investigación es el cimiento, el ancla que me permite navegar con verdad por los mares del pasado. Antes de tejer una sola palabra de ficción, me sumerjo con fervor en archivos, desentraño documentos olvidados y escucho los ecos de relatos históricos. Esta inmersión profunda en los contextos que deseo retratar es vital, pues me permite construir narrativas que no solo respiran autenticidad, sino que están enriquecidas por la misma savia de la historia.
En mis obras, busco conscientemente fusionar los pliegues de la historia boliviana y universal con la libertad evocadora de la ficción. Estoy convencida de que, de esta manera, la lectura trasciende la mera transmisión de datos para convertirse en una experiencia que cautiva, emociona y, sobre todo, deja una huella indeleble en el corazón del lector. Es mi manera de tejer puentes entre el pasado y la imaginación, invitando a otros a percibir la historia no como una estatua inerte, sino como un organismo vivo, palpitante y rebosante de posibilidades narrativas.

En tus obras se percibe una sensibilidad particular hacia la memoria y el tiempo. ¿Qué lugar ocupa la memoria en tu forma de construir historias?

La memoria no es solo un componente de mis historias; es su alma misma, el hilo invisible que las hilvana y les da sentido. Busco con ahínco rescatar y preservar aquellas narrativas de mi país que el tiempo y, a menudo, la indiferencia ha relegado al olvido, especialmente esas voces silenciadas, esos ecos perdidos en los recovecos de la historia oficial. A través de mis personajes y las tramas que urdo, intento devolverles su voz, su dignidad, su merecida visibilidad en el gran tapiz de nuestro pasado colectivo.

¿Cuál ha sido la obra que más te ha desafiado escribir y por qué?

Sin duda alguna, Juana Azurduy – La Furia de la Pachamama representó un desafío monumental. Abordar la vida de una heroína nacional de su talla exigía un profundo respeto y una comprensión cabal de su legado, como también una humildad reverente ante su figura. Al ser un emblema tan arraigado en el imaginario colectivo, cualquier interpretación debía ser escrupulosamente fiel y profundamente justa, un equilibrio delicado entre la verdad histórica y la resonancia emocional que su historia merece.

Se dice que los escritores escribimos los libros que necesitamos leer. ¿Hay alguna obra tuya que sientas especialmente como un refugio propio?

Definitivamente. Para mí, El Abrigo Negro y Juana Azurduy: La Furia de la Pachamama trascienden la categoría de simples libros; son verdaderos refugios del alma. Con El Abrigo Negro, tuve la oportunidad de abrazar y explorar la riqueza de la cultura boliviana desde una perspectiva íntima, casi confesional. Y con Juana Azurduy, me sumergí en el torbellino de la Guerra de la Independencia, intentando desentrañar sus complejidades a través de la voz y la indomable fuerza de una mujer que encarna la lucha por la libertad en su expresión más pura.
Ambas obras brotaron de una necesidad personal profunda, pero también de una urgencia que sentía resonar a nivel colectivo. En Bolivia, nuestro sistema educativo, lamentablemente, a menudo omite o minimiza la enseñanza de nuestra historia y cultura desde una perspectiva de gloria y orgullo. Se nos ha narrado el pasado como una sucesión de sombras, y no como la raíz luminosa de nuestra identidad. Esos vacíos me dolían, me interpelaban. Por eso, escribí los libros que anhelaba leer en mi niñez, aquellos que nos revelan que fuimos capaces, que fuimos valientes, y que esa misma fortaleza reside en nosotros aún. Es imperativo que nuestras juventudes encuentren en la literatura la posibilidad de construir una identidad nacional y cultural robusta, cimentada en el conocimiento, el respeto y un amor profundo por lo propio.


En tu trayectoria como investigadora has explorado aspectos profundos de la cultura boliviana. ¿Cómo influye esa conexión en tu literatura?

Todo se inició como una búsqueda visceralmente personal: la necesidad imperiosa de comprender quién soy y de dónde provienen mis raíces. Sentía una inquietud profunda, casi un llamado, por desenterrar la historia y la cultura que me habían moldeado. En ese proceso de investigación, descubrí facetas olvidadas o insuficientemente contadas de la identidad boliviana,  también me enfrenté a una realidad dolorosa y preocupante: nuestro sistema educativo rara vez celebra nuestras victorias, nuestras gestas gloriosas. Por el contrario, el currículo escolar a menudo está plagado de derrotas, pérdidas y tragedias, una narrativa que, inevitablemente, va modelando la percepción que tenemos de nosotros mismos, generando una frustración que cala hondo.
Esa narrativa pesimista nos fragmenta, nos quiebra el espíritu. Es por ello que, junto a mi esposo, el historiador Jorge Abastoflor, hemos dedicado los últimos cinco años a una labor de rescate apasionada: desenterrar y reivindicar aquellos episodios de nuestra historia cargados de gloria y victoria. Buscamos imprimir en nuestros libros esos elementos luminosos que puedan contrarrestar el derrotismo que, por tantos años, ha contaminado el alma boliviana.

A través de la ficción, entrelazada con la hebra de la historia y la riqueza de nuestra cultura, busco rescatar las gestas heroicas, las voces silenciadas, las fortalezas que también son pilares de nuestro pasado. Escribo para reconstruir la memoria desde un lugar de dignidad y empoderamiento, porque estoy convencida de que solo así podremos forjar generaciones que se reconozcan con orgullo en su historia y trabajen con fervor por un país con un futuro vibrante.

¿Cómo vives el momento de publicar, ese tránsito de lo íntimo a lo compartido? ¿Qué emociones se despiertan en ti?

Publicar es, en esencia, un acto de profunda vulnerabilidad, un desnudar el alma ante el mundo. Es como entregar un fragmento de tu ser más íntimo, con la esperanza temblorosa de que los lectores conecten con tus palabras, de que encuentren un eco de sus propias vivencias en las tuyas. Es una vorágine de emociones: la euforia del logro, el nerviosismo ante el juicio ajeno y, sobre todo, una esperanza luminosa de que la historia encuentre su camino y toque otros corazones.

La literatura boliviana vive un momento de gran efervescencia. ¿Qué mirada tienes sobre la escena actual y hacia dónde crees que se dirige?

Percibo la literatura boliviana actual como un río caudaloso en pleno proceso de renovación y expansión. Están emergiendo nuevas voces, audaces y diversas, que exploran con valentía un amplio abanico de géneros y temáticas, desafiando convenciones y abriendo senderos inéditos. Tengo la convicción de que nos dirigimos hacia una literatura cada vez más plural, más inclusiva, y profundamente representativa de la asombrosa diversidad cultural que define a nuestra nación. Es un horizonte prometedor y estimulante.

En todo proceso creativo hay momentos de duda. ¿Qué haces cuando la inspiración parece esquiva? ¿Tienes algún truquillo que te sirva para reencontrarte con la escritura?

Cuando la musa decide tomarse un respiro y la inspiración parece esquiva, mi refugio es la lectura, la investigación o, simplemente, el silencio introspectivo. A veces, el acto de desconectarme conscientemente del proceso creativo, de permitir que la mente vague por otros parajes, es precisamente lo que me permite regresar con una perspectiva renovada, con la mirada limpia para reencontrar el hilo narrativo y retomar el diálogo con mis personajes y sus mundos.

Has participado en diferentes antologías de cuentos a lo largo de tu carrera literaria, entre las que destaca la Antología de Cuentos Extraordinarios de Bolivia de Adolfo Cáceres. En tu extensa experiencia como relatista, ¿qué ingredientes ha de tener un buen relato para que cale en el lector?

Un buen relato, para que realmente resuene y perdure en el alma del lector, debe estar imbuido de una autenticidad visceral, debe palpitar con emoción genuina y establecer una conexión profunda con la complejidad de la experiencia humana. Necesita ser un espejo y una ventana, provocando no solo la reflexión intelectual, sino también una empatía que trascienda las páginas y se instale en el corazón.

Mirando atrás, ¿qué evolución has visto en tu estilo como escritora desde la publicación de El abrigo negro (2009) hasta La Casona (2018)?

Siento que mi escritura ha madurado, ha ganado en conciencia y profundidad. Si El abrigo negro fue una exploración gozosa de los territorios de lo fantástico, una inmersión en la magia que subyace a nuestra realidad, La Casona representó una zambullida en las complejidades del alma humana, un viaje hacia los laberintos psicológicos de mis personajes. Pero el camino no termina; continúo aprendiendo con cada palabra, continúo evolucionando con cada historia, continúo explorando con la misma pasión del primer día.

He leído algunos poemas tuyos que me han cautivado. Para mí sería un honor si nos dejases unos versos como impronta de tu visita a este espacio, ¿qué me dices?

Será un placer compartir un fragmento de mi alma poética con ustedes. Aquí les dejo estos versos:

Bajo tu piel

Muero por mirar el brillo de tus ojos,
y acercar a tus ojos los míos,
¡oh, ¡cómo leería en ellos todo el sentimiento de la felicidad!
!Ah!, mi lejano amado a quien, día a día, ausente estrecho entre mis brazos, besando despacio, tierna, secretamente la piel, el difuso límite que de mí te separa.
Piel tensa, tibia, fuerte, fibrosa, invisiblemente cercana,
que tiene la contextura poderosa, el color, el aroma de suave canela.
Su mismo perfume parece gritarme: «Tuyo soy, heme aquí, entregado a ti
como una gota de rocío, un suspiro atrapado entre las curvas de tus labios”.
Pero no. Yo te beso, beso tu piel, firme, casi irreal bajo la humedad de mi boca, y te percibo a cientos de kilómetros, lejos, distante,
detrás la frontera de la lejanía.
Ebria de tu aroma, inalcanzables,
exhalaciones, deseosa de ti, aunque la distancia
momentáneamente te me niega.

Una pregunta incómoda: ¿de cuál de tus obras te sientes más orgullosa?

Cada obra es un hijo del alma, con su propia esencia y su intransferible razón de ser. Sin embargo, si debo señalar una, Juana Azurduy – La Furia de la Pachamama representa un hito particularmente significativo en mi trayectoria. Me permitió sumergirme en las profundidades de nuestra historia nacional con una intensidad renovada y, sobre todo, rendir un homenaje sentido y necesario a una figura emblemática cuya fuerza y coraje continúan inspirándonos.

A lo largo de tus obras has explorado distintas dimensiones humanas. ¿Qué temas o emociones sientes que se han convertido en un hilo conductor en tu obra narrativa?

El hilo conductor que teje la urdimbre de mi obra narrativa es, sin duda, la búsqueda incesante de identidad y el anhelo profundo de reconectar con las raíces culturales que nos definen como bolivianos. Mi escritura nace de una necesidad interna, de rescatar nuestra historia, pero no desde la perspectiva de la derrota o la lamentación que a menudo nos han inculcado, sino desde la vibrante luz de la victoria, desde el orgullo inquebrantable, desde aquellos momentos luminosos en que fuimos capaces de sobreponernos a la adversidad y luchar con fiereza por nuestra dignidad.
Me mueve una pasión por narrar Bolivia desde aquello que nos une y nos fortalece: la riqueza de nuestra cultura , la memoria de nuestros héroes olvidados, el eco de nuestras gestas silenciadas. Es mi forma de ofrecer una contra-palabra al relato dominante que, durante décadas, nos ha transmitido una visión de país vencido y fragmentado. Al situar en el corazón de mis historias la identidad nacional, la memoria cultural y la reivindicación de nuestras victorias históricas, intento ofrecer al lector no solo una narrativa cautivadora, sino también una posibilidad transformadora: la de reconocerse con orgullo en lo propio y construir, desde esa base sólida y vital, un sentido de pertenencia que nos impulse hacia el futuro.

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