Una sonrisa le iluminó la cara. La noticia de que el estado de su sobrino Juan había mejorado desde que comenzó la terapia le embargó de tal felicidad que, por un instante, le pareció estar flotando en el aire.
Se puso el casco de oso panda y se abrillantó la nariz ante
los ojos atónitos de la niña que aguardaba turno junto a su madre en la sala de
espera. Frotó con la palma de su mano la flor que llevaba cosida al pecho y extrajo
de su interior un globo verde. Lo llenó ante su mirada risueña, lo retorció
varias veces mientras imitaba el piar de un pájaro con el silbato que llevaba
oculto entre los dientes, y se giró. Mientras bailaba de manera cómica, sacó
con disimulo un rotulador del bolsillo y le pintó unos ojos y una boca
sonriente a la paloma que le entregó a su espectadora.
Le lanzó un beso de despedida y se montó en el pequeño
triciclo que había dejado aparcado en la esquina. Pedaleó hasta la planta
infantil del hospital y continuó repartiendo sonrisas junto a su compañero
Agustín “Botiquín” como había hecho durante los últimos cinco años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario