Amado Alfredo:
Te escribo este mensaje y dejo que las olas se lo lleven, tal y como me pediste que hiciera si algún día no volvías de faenar. Lo hago desde el puerto desde el que zarpaste, para que así pueda llegar al mismo destino que el barco en el que un día partiste. Tiene gracia que se llamase Esperanza, como yo, y como la que guardo desde la mañana que nos vimos por última vez.
Cuando te marchaste, yo ni siquiera sabía que estaba embarazada. Mis padres, cuando me notaron la barriga, insistieron en que debía casarme, buscar un buen marido para así poder mantenernos a mí y a la niña. Hubo varios pretendientes, pero yo me negué a aceptar a ninguno. La gente me mira mal por ser madre soltera, pero a mí me da igual, porque sé que tú no estás muerto. Que algún día volverás para quedarte a nuestro lado para siempre.
Nuestra hija es tu vivo retrato. Tiene ese pelo rubio tan bonito y esos ojos del color del mar tuyos que tanto me enamoraron. Eso, sí, las pequitas que tiene en la cara son mías. El otro día ya dio sus primeros pasitos. Como me gustaría que estuvieras aquí para abrazarla y besarla. Está para comérsela. La he llamado Marina. Supuse que el nombre te gustaría a ti también. Creo que nos representa. El otro día le enseñé la foto que tenemos juntos en el espigón. Me habría encantado que la hubieses visto cómo habría esos labios carnositos y decía «papá» por primera vez mientras yo te señalaba con el dedo.
No puedo evitar sonreír cuando te imagino sentado en una roca de alguna isla desierta, leyendo esta carta mientras la brisa acaricia tus mejillas, doradas por el sol y el salitre del mar.
¿Sabes que aún hay noches en las que sueño contigo? Que me cubres con tu cuerpo y me haces el amor como antes. Son los días que más me cuesta levantarme. Pero fíjate qué cosas, es justamente pensar en tu vuelta y se me quitan todas las tonterías. Me pongo el delantal, y a coser, que es lo que se me ha dado bien toda la vida. Además, que me ayuda a pensar en otras cosas mientras escucho la radio que me regalaste. Ahora están poniendo una novela que va sobre dos enamorados que se conocieron como nosotros. Igualito todo. Y a mí, me encanta.
Los vecinos dicen que me olvide de ti, que me haga a la idea de que el barco en el que zarpasteis se hundió, pero yo no les creo. Ni a ellos ni a nadie que diga que estás muerto. Además, las cartas de la Candela dicen que vas a volver. Y ya sabes que esa nunca falla.
Todas las mañanas me asomo a la ventana para ver si os veo llegar desde alta mar. Y así seguiré haciéndolo hasta el día que me muera.
Te echo mucho de menos,
Esperanza
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