Nada más
llegar a la casa en la que había crecido junto a su familia, se derrumbó en el
sillón en el que su madre se pasaba las horas bordando. Su muerte lo había
dejado noqueado. Se quedó allí, sepultado en la memoria de sus besos y abrazos
con las pupilas clavadas en la puerta del armario que contenía sus útiles de la
costura.
Se aproximó a ella con
pasos apocados y la abrió. En el estante inferior reposaba una caja que no
recordaba haber visto antes. La destapó y fue sacando los recuerdos de su
infancia con la mirada teñida de emoción. Al fondo descubrió un puñado de
páginas escritas a mano que habían sido grapadas. Su corazón cabalgó a galope
cuando se percató de que se trataba de la novela que lanzó a la papelera el mismo
día que recibió la noticia de la muerte de su padre.
Rememoró cada escena a
medida que la leía en voz baja. Cuando llegó al capítulo en el que la había
dejado, sacó su portátil y se puso a teclear con el mismo brillo en la mirada
que el día en el que abandonó su escritura.
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