Cuando empezaba en esto de la escritura me preocupaba bastante aquello sobre lo que debía escribir, y también, sobre lo que no debía escribir. Tenía miedo a expresar mis pensamientos por si podía molestar a alguien. De algún modo, buscaba la aceptación de los demás, un miedo infundado que conseguí sortear con la madurez como persona y como escritor.
Me asaltaban preguntas como: ¿Qué pueden aportar mis escritos al mundo? Quizá, mi forma de ver la vida. Seguro que hay otros muchos que lo contarían mejor que yo, sí, pero no como yo. Pero lo realmente importante no era eso, sino que yo quería contar esas mismas historias desde mi perspectiva.
Luego me di cuenta de que aunque a veces me quedase absorto frente a la hoja en blanco, los temas que quería tratar seguían ahí. Lo que ocurría es que era incapaz de percibirlos. ¿Por qué? Pues porque buscaba una luz en la distancia que me dijese hacia qué punto debía dirigirme para llegar a mi destino, sin darme cuenta de que yo ya era el portador de esa luz interior que sería la que me guiaría hasta mi meta. Sí, esa luz no era otra que la historia que llevaba dentro y que necesitaba transmitir.
Lo que no debemos obviar es que tal como os decía unos párrafos más arriba, la mayoría de las historias ya han sido contadas de un modo u otro, pero hay algunas que aún no. Justamente esas son las que más nos atrapan, las que cautivan nuestros corazones cuando nos las narran. Y sobre todo importa el cómo nos las cuentan. Porque ahí es donde entra en juego tu “yo escritor”, tu visión de la vida, tus experiencias, tu técnica, tu estilo. Jamás nadie podrá sentir lo mismo que tú. Todos tenemos una visión de los acontecimientos. Pueden darnos el mismo tema sobre el que escribir a cien autores distintos (el amor, el vacío, la separación, la muerte,...), y estoy seguro de que nos encontraremos ante cien historias diferentes cuando nos sean entregadas. Sí, algunas se parecerán, pero seguro que ninguna de ellas será igual que otra.
Una buena manera de foguearte a la hora de tratar ciertos temas es presentarte a certámenes literarios o antologías, pero hay que estar preparados para ese asunto: conocer bien las bases, armarte de paciencia para esperar el fallo, entrenarte en el arte de la escritura y prepararte para las decepciones. Porque podrían ser muchas. Al igual que también las alegrías. Yo he participado en algunas de estas convocatorias. En unas me fue bien y en otra no tanto, pero no quiero ahondar hoy en este asunto, ya que lo traté en el pasado en una entrada en el blog.
Como imaginarás, no es el único modo de inspirarse. A fin de cuentas, ¿qué es un concurso más que una competencia en la cual se elige un ganador entre un puñado de autores a los que se les ha pedido que escriban sobre un tema? ¿Qué pasa? ¿Qué ese tema no estaba ahí ya? El amor, Halloween, la naturaleza, la tristeza, una fotografía... Todos podías haberlos tratado sin que nadie te pidiera que lo hicieras, porque como te decía más arriba, esos temas ya estaban ahí.
Las películas y los libros también son una buena manera de despertar esa chispa con una idea que permanecía latente dentro de ti, pero eres tú quien debe alimentarla para poder convertirla en esa historia que jamás contaste. De hecho, hablando de películas y libros, me viene a la cabeza los numerosos podcast, documentales, ensayos y webs especializadas que he consumido para informarme sobre ciertas materias antes de sentarme a escribir las obras que tengo publicadas. Esa es otra de las motivaciones por las que me gusta escribir sobre lo que me interesa o intriga, porque siempre me sirve para crecer cultural y personalmente.
De ahí que disfrute tanto escribiendo sobre cuestiones que me inquietan. Mis dos novelas tratan temas que nos incumben a todos, y se ahonda en ellos de una manera diferente. Charles Bukowski comenzaba uno de sus poemas más célebres, titulado como “Así que quieres ser escritor” de la siguiente manera: “Si no te sale de dentro, a pesar de todo, no lo hagas”. Y no puedo darle más la razón. Por eso lo que siempre intento es escribir sobre aquello que me preocupa, que remueve algo en mi interior, eso me demuestra que estoy vivo y que soy capaz de ahondar en esos miedos, en esas inquietudes, y haciéndolo consigo conocerme mejor a mí mismo. Es un proceso de catarsis, ya que cada novela o relato que escribo, me transforma de algún modo, al igual que pasa con mis personajes.
Si me apetece escribir un poema, tratar un tema en cuestión, es lo que hago. De normal, aparco más tarde o más pronto el proyecto en el que estoy embarcado y me pongo con ello. ¿Por qué? Porque en ese momento me apetece. Me sirve de refresco, me oxigena. Lo mismo hago con un pensamiento, una frase, un microrrelato, un relato corto. Si estoy demasiado enfrascado con el capítulo de una novela, simplemente lo anoto y dejo macerar la idea, pero sé que en algún momento voy a atacarla. Me he dado cuenta de que además de estar motivado a la hora de afrontar un nuevo texto, funciono mejor así.
Espero que estas divagaciones mías sobre un tema tan personal como sobre qué escribir te ayuden a decidirte a ti.
Y tras haber acabado esta entrada, me pregunto: ¿Y tú? ¿Sobre qué escribes?
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