lunes, noviembre 01, 2021

RELATO: 2112

Se dirigió hacia el ventanal que dominaba la pared del ático y negó con la cabeza. Las nubes se reducían a unos cuantos borrones de color plomizo que se cernían sobre un horizonte que amenazaba con engullirlo todo a su paso. El viento soplaba con vehemencia agitando los ánimos de un mar que regurgitaba sobre la mancillada arena de la playa todo aquello que jamás le había pertenecido. El rugido de las olas acallaba los gritos de unas gaviotas que sobrevolaban un improvisado dique conformado por una hilera de casas en ruinas a pie del paseo marítimo. Aquel punto idílico, considerado por todos como ideal para pasar unas buenas vacaciones décadas atrás, había quedado reducido a un cúmulo de escombros que no tardaría en ser devorado por la marea.

Era el vigésimo sexto día consecutivo de lluvia torrencial que presenciaba. Habían pasado casi cuatro semanas de la última vez que contempló cómo los rayos del sol se filtraban a través de un cielo opaco de color ceniza que parecía haberse instalado sobre la ciudad para siempre. Al contrario que sus habitantes, que la abandonaron años atrás cuando sus calles y avenidas se anegaron por completo.

Mientras que las ciudades de la costa desaparecían tragadas por la insaciable corriente marina, las zonas interiores se masificaban a pasos agigantados gracias a la que fue denominada por los medios como La Última Migración. La provocaron los efectos de un cambio climático del que los científicos habían alertado. Las consecuencias fueron devastadoras.

Las personas más poderosas del planeta encontraron una solución cuando emigraron a las colonias fundadas por las grandes corporaciones en la Luna y Marte. Otros igual de ricos, pero menos afortunados, se afincaron en bunkers construidos en zonas altas mucho antes de que se produjera el colapso, bajo la sospecha de que aquel desastre se produciría más temprano que tarde. El resto de supervivientes formaron clanes y se establecieron en asentamientos esparcidos a lo largo y ancho de La Tierra enfrentándose por los escasos recursos que aún quedaban en ella para intentar subsistir cómo podían en un mundo que les había dado la espalda hacía años.

Prefirió no pensar en el tiempo que las voces expertas aseguraban que debía pasar hasta que el planeta recuperase su salud y todo volviera a ser como antes. Solo quedaba tener paciencia y rogar porque la especie humana fuera capaz de perdurar hasta entonces. Si lo conseguía, las nuevas generaciones tendrían la oportunidad de demostrar que habían aprendido de su pasado y podrían formar parte de un nuevo mundo.

Contempló con estupor como el agua se adentraba por las puertas y ventanas de los edificios colindantes. El golpe de las olas contra los pilares del que él habitaba, provocó que el suelo bajo sus pies se sacudiese y acabase por perder el equilibrio. En el momento en el que los cimientos del edificio cedieron ante el empuje del temporal, la Inteligencia Artificial Neurocibernética (Ian), supo que pronto formaría parte del fondo marino y que nunca más volvería a ver a sus propietarios y amigos. 

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