Era el vigésimo sexto
día consecutivo de lluvia torrencial que presenciaba.
Habían pasado casi cuatro semanas de la última
vez que contempló cómo los rayos del sol se filtraban a través de un cielo
opaco de color ceniza que parecía haberse instalado sobre la ciudad para
siempre. Al contrario que sus habitantes, que la abandonaron años atrás cuando
sus calles y avenidas se anegaron por completo.
Mientras
que las ciudades
de la costa desaparecían tragadas por la insaciable corriente marina, las zonas
interiores se masificaban a pasos agigantados gracias a la que fue denominada
por los medios como La Última Migración.
La provocaron los efectos de un cambio climático del que los científicos habían
alertado. Las consecuencias fueron devastadoras.
Las personas más
poderosas del planeta encontraron una solución cuando emigraron a las colonias fundadas
por las grandes corporaciones en la Luna y Marte. Otros igual de ricos, pero
menos afortunados, se afincaron en bunkers construidos en zonas altas mucho
antes de que se produjera el colapso, bajo la sospecha de que aquel desastre se
produciría más temprano que tarde. El resto de supervivientes formaron clanes y
se establecieron en asentamientos esparcidos a lo largo y ancho de La Tierra
enfrentándose por los escasos recursos que aún quedaban en ella para intentar subsistir cómo podían en un mundo
que les había dado la espalda hacía años.
Prefirió no pensar en
el tiempo que las voces expertas aseguraban que debía pasar hasta que el
planeta recuperase su salud y todo volviera a ser como antes. Solo quedaba tener
paciencia y rogar porque la especie humana fuera capaz de perdurar hasta entonces.
Si lo conseguía, las nuevas generaciones tendrían la oportunidad de demostrar
que habían aprendido de su pasado y podrían formar parte de un nuevo mundo.
Contempló con estupor
como el agua se adentraba por las puertas y ventanas de los edificios
colindantes. El golpe de las olas contra los pilares del que él habitaba, provocó
que el suelo bajo sus pies se sacudiese y acabase por perder el equilibrio. En
el momento en el que los cimientos del edificio cedieron ante el empuje del
temporal, la Inteligencia Artificial Neurocibernética (Ian), supo que pronto
formaría parte del fondo marino y que nunca más volvería a ver a sus propietarios
y amigos.
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