Título: El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas
Autor: Darío Vilas
Editorial: Cazador de ratas
Año de edición: 2017
ISBN: 978-84-947066-1-5
Número de páginas: 217
Reconocimientos: Premio Nocte 2014 a la mejor novela nacional de
terror
Sinopsis: Un hombre normal, una vida normal, una ciudad gris y anodina. La isla vive la apacible quietud de quien no sabe que se avecina tormenta o que, es más, reside en el ojo del huracán. Pero lo cierto es que en Simetría se esconde la maldad. Bajo tierra yace el terror. En sus calles es donde las víctimas se encuentran sin reconocerse.
Mi opinión:
El libro comienza con
un prólogo breve y directo escrito de una manera tan cercana, que cuando acabas
de leerlo, te preguntas: Pero si yo me salto todos los prólogos, ¿por qué este
me lo he tragado de la primera a la última palabra? La respuesta es tan concisa
como el prólogo en sí. Porque lo que hace Ignacio Cid es una declaración de
intenciones, la de su amigo y compañero Darío Vilas. Me quedo con este párrafo
suyo y que forma parte de la contraportada:
Marquitos es en sí una
contradicción, el amante piadoso, enorme, que se nombra con un diminutivo
porque mata con dulzura, siempre por un bien común, el de su ombligo, que
abarca todo el mundo, o todo UN mundo, o al menos esa parte de Simetría que se
radiografía en esta novela.
Esta era la segunda
novela que me leía de Darío. La primera fue La
leyenda del Bajubal. He de reconocer que el autor ya me cautivó con su
prosa. A la vista está, que me vi obligado a volver a la tienda un par de
semanas después para adquirir otra de sus obras, que en este caso fue El hombre que nunca sacrificaba a las
gallinas viejas.
A medida que iba
pasando las páginas y me adentraba en la historia que nos cuenta Marquitos
Laguna, una mala bestia de dos metros de altura tan peculiar y agradecido a sus
gallinas, que se niega a sacrificarlas por la labor que hicieron a lo largo de
sus días, me preguntaba cómo Darío había podido sacarse de la chistera a este
personaje, a la par tan “carismático” y hostil. Mi reflexión cuando acabé la
obra fue que debió de acabar tan agotado mentalmente que cuando pusiese el
punto y final no querría saber nada más de este personaje. Pero mi sorpresa fue
cuando al acabarla y volver a buscar otra obra suya, me topé con “La oración
del sepulturero”, que a pesar de ser una secuela, merece tanto la pena como la
primera. Porque sí, no pude resistirme y me la compré.
Sí, ahora es cuando me
explico por haber dicho que debió acabar agotado. A lo que me refería es que si
a la desabrida y desconcertante personalidad de su protagonista, le sumamos su
ácido sentido del humor, resulta un cóctel explosivo que tan solo se muestra en
la contundencia de sus actos. El arte del autor radica en la manera tan
magistral en la que los representa y que obliga al lector a devorar las páginas
una tras otra cuando a veces el cuerpo le pide cerrar los ojos y el libro.
Otro de sus aciertos es
contárnosla en primera persona, lo que provoca que te sientas aún más incómodo
a la hora de imaginarte en la piel del personaje protagonista. Porque si empatizar
con los protagonistas de una obra es lo que busco yo cuando leo un relato, en
este caso con Marquitos me fue imposible, por su crudeza; otra de las armas que
usa Darío en su beneficio para guiarte a través del relato de una manera tan
sutil, que casi te hace sentir a salvo cuando te convierte en su copiloto y te
hace testigo invisible de sus macabras fechorías.
A continuación, os dejo
una frase que deja patente la peculiar manera en la que Marquitos Laguna ve el
mundo, SU mundo.
Cuando subo a la
furgoneta me siento como un astronauta. Sé que hay un escenario que me rodea
mientras conduzco, pero tengo la impresión de que se crea a mi marcha.
El estilo directo y
afilado de Darío casa a la perfección con la personalidad y las voces con las
que otorga a los personajes que forman parte de este soberbio relato. El autor
vigués demuestra una vez más sentirse como pez en el agua a la hora de
mostrarnos ese realismo sucio del que hace gala en sus obras y que se
caracteriza por la parquedad en el uso de las palabras y su acierto en la
elección de estas.
Destacar además la
maestría con la que nos describe las peripecias de Marquitos (curioso apelativo
por su edad y tremebundo aspecto) mientras este va impartiendo SU ley a lo
largo y ancho de Simetría. El modo en el que Darío nos describe los suburbios y
bajos fondos de esta isla ficticia cuando se monta en su furgoneta y conduce a
través de ella nos hace olvidar por momentos los fantasmas que habitan en su
interior y que lo atormentan cada minuto que pasa.
Una historia de terror
psicológico con tintes de novela negra envuelto en una atmósfera claustrofóbica
cargada de suspense que pone de manifiesto las intenciones de su personaje
principal en un relato tan brillante como perturbador, calificativo que no
puede faltar y que la convierte en no apta para todos los públicos y, mucho
menos, para estómagos sensibles por su contenido violento.
Por último, mencionar la cuidada maquetación tanto interior como exterior, que nos da la bienvenida con una siniestra ilustración de portada llevada a cabo por Iván Ruso confeccionada en tonos grises, beige y marrón, que transmiten el mundo sombrío que oculta su cubierta y que descubriremos nada más pasemos la primera página del libro. Sin olvidarnos del gustazo que supone palpar su tacto rugoso entre los dedos y que te transmite la misma confianza que su autor una vez conoces su obra.
Es un autor genial.
ResponderEliminarUn abrazo. Me quedo por aquí.
Sí que lo es. Y siempre es un placer leerlo, desde luego. Gracias, Rocío. Espero que disfrutes con las nuevas entradas por venir. Hoy, entrevista a Chari Escudero.
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