Javier Gato de Toscano (Sevilla, 1987) es una de las voces más singulares y arriesgadas de la poesía española contemporánea. Licenciado en Filología Hispánica, ha publicado cinco poemarios que trazan un arco vital desde la nocturnidad underground de sus inicios hasta la luz de una conversión espiritual. En esta conversación, Javier y yo hablaremos sobre su relación con la escritura y sus fantasmas creativos.
Javier Gato de Toscano es autor de Diario de un gato nocturno
(Cangrejo Pistolero, 2009), 72
Demonios (Cangrejo Pistolero, 2012), Lycisca (Isla de Siltolá, 2016), Flechas contra el fuego
(Huerga y Fierro, 2016) y Conversión
de la estatua de sal (Isla de Siltolá, 2023). También realizó la
edición crítica de Delirium
tremens de Pedro Barrantes (Cangrejo Pistolero, 2014).
Javier,
¿cómo es tu proceso creativo? ¿Tienes algún ritual específico para sentarte a
escribir?
Básicamente el ritual consiste en
obligarme porque me da una pereza inmensa escribir. Hay quien dice que escribe
“por necesidad” pero yo jamás he necesitado escribir poesía, con leer y ver
películas y series ya soy feliz. También porque escribo una poesía muy compleja
que requiere de estudio previo y de una elaboración muy minuciosa que nada
tiene que ver con la “inspiración”, y por eso se hace un trabajo pesadísimo.
Tiene que ser que un día me imponga estar sentado delante del ordenador y hasta
que no salga un poema no me levanto; si no, pueden pasar seis meses y no he
escrito nada.
¿Partes
de una idea, de una imagen o de un verso que llega de repente?
Esta
pregunta es interesante porque desde 72 demonios todos los libros me
salen al revés que a los demás. La gente suele escribir poemas de diversos
temas y cuando tiene unos cien, pongamos, va descartando hasta quedarse con los
cincuenta mejores y luego los va ordenando. Yo hago al contrario: parto del libro
como un retablo, una estructura que va a tener ciertas partes con ciertos
poemas cada una y una progresión temática determinada. Cuando ya está todo el
retablo hecho, se van rellenando las hornacinas una a una. Como ya está
prefijado el tema de cada poema del libro, cuando tengo que ponerme a escribir
uno medito primero sobre la idea que quiero transmitir y luego qué motivos y
símbolos voy a usar; lo último es darle el ritmo y la sonoridad. Es una forma
de trabajar muy clásica, como en la retórica grecolatina, pero así lo aprendí
en Filología.
Tu
primer libro, Diario
de un gato nocturno,
es visceral, nocturno, con un lenguaje barroco aplicado a la vida underground.
¿Cómo ves ese libro ahora, casi veinte años después?
Lo veo con vergüenza porque está compuesto por los primeros poemas que escribí, antes de haber entrado en Filología y de no haber leído nada de poesía más que los poemas del libro de Lengua del instituto. Me parece horrible pero a mucha gente no sé por qué le gusta, entiendo que porque es gente que escribe en el estilo llamado “de línea clara”.
Has dicho en alguna entrevista que quemarías tus dos primeros libros si pudieras. ¿Por qué?
El
segundo no lo quemaría en absoluto, eso lo dije hace dos años pero yo soy como
el viento, hoy te doy en la cara y mañana en el pelo y lo que dije hace un año
ya no tiene nada que ver con lo que digo hoy. El segundo libro es una obra
maestra, un trabajo de virtuoso, aunque se nota demasiado que se hace con esa
intención. Es como cuando Geri Halliwell, después de haber tenido todo el éxito
del mundo con las Spice Girls, tomó ya entonces clases de canto para demostrar
que sabía cantar. Por eso muchas veces se hace demasiado enrevesado y pomposo,
porque fue escrito con la intención de decirle a todos los poetas del país:
“Eh, que ya no soy un niñato hablando de drogas y de afters y de raves, que soy
leído y sé escribir”. El primero sí lo quemaba.
Sí,
aunque me dé un poco de vergüencilla yo le debo muchísimo a ese libro porque
sin él y sin el deseo de Antonio García Villarán y de Nuria Mezquita de Haro de
sacarlo yo no habría escrito poesía jamás, me habría limitado a escribir
relatitos eróticos en el blog y nada más. Gracias a ese libro dejé la narrativa
definitivamente y me centré en la lírica. También es por desgracia el único
libro mío que la gente conoce porque salió previamente a la operación de
invisibilización y veto que me hacen hasta el día de hoy, supongo que Fran
Perea y Christina Rosenvinge deben sentirse igual que yo cuando les nombran
“Uno más uno son siete” y “Chas y aparezco a tu lado” pero en fin, qué le vamos
a hacer.
En
Lycisca ya hay un cambio. ¿Qué buscabas con ese
libro?
En
este libro quise hacer una síntesis entre el prosaísmo de Diario de un gato
nocturno y el barroquismo agobiante de 72 demonios. Estos tres
libros son una trilogía hegeliana: tesis, antítesis y síntesis, pero aunque
corre un poco más el aire en este libro como decía Beatriz Barrera es una
síntesis más cercana al segundo libro que al primero. También buscaba, como en
los libros anteriores, hacer confesionalismo de los desprecios, vejaciones e
indiferencias que sufrí de mi penúltimo marido, pero sublimándolos y
transmutándolos también en una reflexión metapoética. El verdadero cambio llega
con el cuarto libro, Flechas contra el fuego.
Luna
Miguel tiene un poema en que dice que ha escrito un libro por cada hombre que
ha amado y ahora tiene miedo de no volver a escribir nunca, porque como está
sola, ¿de qué narices va a hablar? Ese miedo que en ella era irónico en mí era
real, porque hasta entonces yo no sabía hablar de otra cosa que de dolor y
sufrimientos. Flechas contra el fuego lo considero yo el mejor libro que
tengo hasta la fecha porque por fin consigo acabar con el confesionalismo y
empiezo a escribir una poesía meditativa y reflexiva, y no acerca del yo sino
de la comunidad entera (téngase en cuenta el contexto post-15M en que se
escribió). Este libro es maduro en la forma pero sobre todo en el contenido.
Los
críticos siempre han realizado lógicamente la estatua de sal con la mujer de
Lot que, huyendo de Sodoma, se atrevió a mirar a su pasado en aquella ciudad. Y
en parte es así, pero esa estatua es de sal porque la sal es un polvo blanco
como lo es aquel otro que me tuvo enfermo entre los 19 y los 35 años.
“Conversión” puede entenderse como tal pero también como transmutación
alquímica, como Gran Obra en que el mercurio y el azufre (elementos opuestos)
se unen para dar lugar no ya a la droga sino a la sal pura (tenemos aquí otra
dialéctica pero ya no estilística sino muy espiritual). Efectivamente, el libro
juega con la estructura de los relatos de santos pecadores, arrepentidos y
conversos en que se pasa por cuatro fases: la “idolatría” original, la crisis
de fe, la conversión y la visión.
¿Eres
de los que reescriben obsesivamente o dejas que tu literatura fluya en su
naturaleza original?
Sí,
reescribo obsesivamente incluso si gente que me aconseja me dice que no toque
más ya la rosa, pero también porque el poema que escribo cuando me siento en el
sofá es solo un esbozo que hay que pulir mucho. Aun así, jamás estará pulido
del todo: el poema perfecto no existe, el poema siempre queda imperfecto porque
es un pálido reflejo de la Poesía que lo ha suscitado.
¿Cuánto
tiempo puede pasar entre el primer borrador y la versión final de un poema?
Pues
todo el tiempo que pasa entre que me siento en el sofá por primera vez y que el
editor me lo arranca ya de las manos, jajaja. Aunque no descarto hacer una
edición corregidísima del Diario y de poemas de otros libros el día que
yo tenga la dicha de que alguien me quiera publicar mi poesía completa, que ya
va siendo hora.
¿Hay
poemas que hayas descartado y luego rescatado años después?
Nunca,
porque como dije antes no escribo nunca poemas sueltos, sino poemas que son
piezas dentro del engranaje de un libro. Miento: cuando escribía Flechas
contra el fuego empecé un proyecto de libro inspirado en la antropología de
lo sagrado de Mircea Eliade y en Frazer, pero ese libro quedó parado. Muchos
años después, cuando volví a la escritura y me planteé el proyecto de Flechas
contra el fuego utilicé estos poemas para que formaran parte de la primera
sección del libro.
¿Cómo
sabes que un poema ha llegado a su final?
Ningún
poema llega a su final.
¿Lees
tus poemas en voz alta mientras los escribes?
No,
los leo mentalmente para comprobar el ritmo y la sonoridad.
Tus
poemas están poblados de figuras, desde santos hasta personajes mitológicos y
contemporáneos. ¿Cómo describirías ese estilo que te caracteriza?
Irracionalismo
culturalista. El estilo es irracionalista, término que prefiero al más limitado
de “surrealista” o “neosurrealista”, pero las imágenes empleadas en estos
textos no proceden de mi vida consciente o inconsciente sino del imaginario
literario colectivo. Esto hace que esta poesía tenga un peso infinitamente
mayor que aquella que se limita a contar anécdotas que a nadie le interesan
sobre sucesos u objetos que en cinco años estarán obsoletos. Un poema sobre un
iPhone quedará ridículo dentro de treinta años, un poema sobre la mitología
griega, la Cábala o el imaginario católico jamás morirá porque habla de cosas
que son eternas.
Lycisca, por ejemplo, ese apodo de Mesalina. ¿Por qué elegiste esa figura?
Cuenta
Juvenal que Mesalina huía todas las noches del Palatino y bajaba hasta la
Subura disfrazada de esclava y con el seudónimo de “Lycisca”, la Loba, para
entregarse a toda la hez de Roma. Este tema es el mismo de Belle de jour
de Buñuel y del videoclip “If U seek Amy” de Britney Spears. Yo vivía en aquel
momento un matrimonio profundamente infeliz, con un chico guapo, inteligente,
talentoso y de familia acomodada pero que en realidad no me quería, ni me
mostraba el menor afecto, ni me tenía la menor consideración. Yo me imaginaba
así a Mesalina, insatisfecha en el palacio, Emperatriz del mundo pero
hambrienta de un marido que no le hace caso ni la quiere porque está demasiado
ocupado con asuntos mucho más importantes que ella y luchando en Britania, tratando
de rellenar ese vacío con salvajadas en vano, porque ella en el fondo no quería
tener que estar con todos esos hombres, solo quería que su marido fuera atento
y bueno con ella, que “resolviera” como dicen ahora pero afectivamente. En el
libro, el yo lírico también se escapa de la vida burguesa y perfecta pero
desconsoladora que tiene en casa para salir a las calles y entregarse a todos
los estilos poéticos diferentes como si fueran amantes: el caligrama, la
escritura automática, el neobarroco, el haiku, la posmodernidad, la
transvanguardia.
En
Conversión
de la estatua de sal
mezclas referencias bíblicas con redes sociales, marcas reconocidas, personas
notorias... ¿Cómo decides qué elementos del mundo contemporáneo entran en tu
poesía?
Normalmente
los elementos actuales son símbolos de algo: la explotación laboral, la
alienación, la anestesia espiritual y emocional… Figuras como Bill Gates
aparecen en el libro también como antonomasias de otras cosas y no por sí
mismos (este libro se escribe en plena plandemia). La cuarta sección se compone
de poemas en que se hace una interpretación mítica de la Guerra de Ucrania que
estalló en aquel momento, recurriendo a toda la literatura aparicionista y
sobre todo aquella escrita en Rusia y Ucrania o que habla de estos países.
¿Crees
que la escritura debe tener un componente reivindicativo?
Sólo
si esa reivindicación es extremadamente personal, original y abierta a la
interrogación y la reflexión, si se va a tratar de un poema de tesis en que un
charca me va a explicar a mí como si tuviera cinco años cómo está el mundo y
cómo se soluciona o me va a soltar obviedades pueriles y melodramáticas
prefiero irme a Comisiones Obreras y que me den un panfleto.
En
los primeros tres libros el yo lírico es claramente una máscara (bueno, en el
primero no tenía ni la sutileza ni el talento de hacer una máscara, soy yo tal
cual). A partir de Flechas ya no hay máscaras, hay una o varias voces
líricas que dialogan con escenas, personajes o símbolos que son correlatos
objetivos de temas filosóficos, personales y sociales.
¿Quiénes
son tus poetas de cabecera? ¿A quién vuelves siempre?
Mis
poetas de cabecera son todos los vanguardistas españoles e hispanoamericanos:
Huidobro, Vallejo, Neruda, Lezama, Paz, Aleixandre, Lorca (a partir de Poeta
en Nueva York), Alberti (antes de hacerse comunista), Ory, Cirlot, Varela,
Pizarnik, Andreu, Mestre.
Tu
lenguaje tiene algo de barroco, pero también se percibe presencia
hispanoamericana. ¿Qué poetas hispanoamericanos te han marcado?
Empecé
por la Pizarnik como todos, pero con el tiempo es de sabios superarla. Luego
pasé a Blanca Varela y a los vanguardistas clásicos que ya he mencionado. La
poesía hispaoamericana es la única que hoy día se puede leer sin mancharse los
ojos de prosaísmo, el bastión que le queda a la poesía en lengua española de
irracionalismo y experimentación. Cada vez que leo a un poeta hispanoamericano
me quedo sorprendido porque parece que vienen del futuro, están adelantados
como treinta años con respecto a nosotros. Allí la seudopoesía socialista
(llamada “poesía social”) y el clasicismo rancio y casposo jamás han logrado
apagar la llama, pero aquí sí.
¿Hay
algún poeta contemporáneo español que te parezca imprescindible?
De
generaciones anteriores a la mía me lo parecen Blanca Andreu (la Gran Diosa
Madre del santoral), Juan Carlos Mestre, Miguel Ángel Velasco, Chantal
Maillard, Olvido García Valdés, José Luis Rey, Julio César Quesada Galán… Pido
disculpas si me olvido de alguno que merezca estar en esta lista. De mi
generación… ¿imprescindible? Yo, claramente; mencionaría también a David Leo y
a Ángela Segovia; todo lo que se sale de esta trinidad son poetas menores. De
nacidos después de 1995 no leo nada, tiene que ser algo excepcional y
rabiosamente rompedor para que me digne a poner mis ojos encima, y de eso tengo
entendido que no hay.
Me
gustan como narradores Luis Martín-Santos, Cunqueiro, Cela (a partir de San
Camilo 1936), Luis Goytisolo, el estilo de Juan Goytisolo (aunque sus ideas
y su persona me parezcan deleznables), Umbral, Vargas Llosa en algunos libros,
García Márquez, Cortázar, Donoso, Onetti y Mariana Enríquez, que me tiene
enamoradísimo. Pero la narrativa no influye en absoluto en mi poesía; quizá el
teatro algo más: Angélica Liddell, Rodrigo García, Arrabal, Romero Esteo,
Valle-Inclán… Lamento no citar autores raros y súper originales pero yo soy muy
canónico.
Has
hablado de la poesía como catarsis. ¿Qué necesitas exorcizar cuando escribes?
La
catarsis estuvo presente en la primera trilogía: escribir me servía para
exorcizar toda la tristeza, el desamparo y la violencia que sufrí por parte de
tres de mis maridos (María Eloy-García hablaba de “las siluetas que quedan de
los hombres malos”). Desde Flechas ya no tengo nada que exorcizar, me
limito a meditar y reflexionar para alcanzar conocimiento.
¿La escritura te ha salvado alguna vez?
Nunca,
me ha dado algunas alegrías pero nunca me ha salvado de nada ni mucho menos
puede salvar al mundo porque carece absolutamente de esa capacidad, pensar esa
insensatez sería como creer que una guerra se para lanzando adornos del Zara
Home, aunque entiendo que en el tiempo de la estupidez que nos ha tocado vivir,
en que se hace creer a la gente que al sistema se le vence tiñéndote de azul el
pelo o comprando una bandera en un chino, haya bastante gente que se crea eso.
¿Te
ha provocado algún daño?
La
escritura ninguno, el mundo literario que rodea a la escritura y que constituye
el 98% del oficio de ser escritor, muchísimo y me lo sigue haciendo hasta hoy
cada vez que tengo que meter los pies en sus asquerosas aguas.
En
Conversión
de la estatua de sal
hay profecía, y también está presente una visión apocalíptica. ¿Sientes que la
poesía puede ser un acto profético?
Eso
sí lo compro, hay poemas que plasman visiones que pueden incluso ser
proféticas, aunque a un texto nacido exclusivamente del trance no lo considero
yo poesía, tiene que haber una elaboración muy profunda de eso.
¿En
qué estás trabajando ahora? ¿Hay un sexto libro en proceso?
Hay
un sexto libro a la espera de ser publicado en una editorial que no voy a
nombrar para que las tarántulas no me lo jodan como llevan haciendo desde 2012,
y en estos momentos cuando me entran ganas escribo algún poema que otro para el
séptimo libro, pero sin prisas.
¿Cómo
te imaginas tu poesía dentro de diez años?
Ni
siquiera sé si seguiré vivo dentro de diez años o de diez meses.
Si
pudieras dar un consejo a tu yo de veintidós años, cuando publicaste tu primer
libro, ¿qué le dirías?
Que
el mundo literario (como el de “la Cultura”) no es una reunión de amigos para
pasarlo bien sino una estructura mafiosa, clientelar y coercitiva, y que nada
se puede decir ni hacer sin pensar muy bien antes porque se corre el riesgo de
ofender al patrón (o a la matrona) y que ello tenga consecuencias perpetuas.
Y
para terminar: desde tu experiencia como escritor: ¿hay algo que te haya
servido en el pasado que te gustarías transmitir a quienes vienen detrás?
Sí,
que abandonen de entrada toda esperanza de lograr el menor triunfo en este
mundo literario, a menos que sean unos expertos en ser hipócritas, chupar el
culo y arrastrarse como alfombras, y que si aun así no lo consiguen que
abandonen sin ninguna pena y se busquen otras cosas que los realicen, porque en
un país de 49 millones donde solo leen poesía cien personas pero, ahora bien,
el que no escribe es porque es manco, la probabilidad de que logres es algo es,
de entrada, prácticamente nula.
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