sábado, noviembre 22, 2025

ENTREVISTA a Javier Gato de Toscano - Versión escrita

Javier Gato de Toscano (Sevilla, 1987) es una de las voces más singulares y arriesgadas de la poesía española contemporánea. Licenciado en Filología Hispánica, ha publicado cinco poemarios que trazan un arco vital desde la nocturnidad underground de sus inicios hasta la luz de una conversión espiritual. En esta conversación, Javier y yo hablaremos sobre su relación con la escritura y sus fantasmas creativos.

Javier Gato de Toscano es autor de Diario de un gato nocturno (Cangrejo Pistolero, 2009), 72 Demonios (Cangrejo Pistolero, 2012), Lycisca (Isla de Siltolá, 2016), Flechas contra el fuego (Huerga y Fierro, 2016) y Conversión de la estatua de sal (Isla de Siltolá, 2023). También realizó la edición crítica de Delirium tremens de Pedro Barrantes (Cangrejo Pistolero, 2014).

Javier, ¿cómo es tu proceso creativo? ¿Tienes algún ritual específico para sentarte a escribir?

Básicamente el ritual consiste en obligarme porque me da una pereza inmensa escribir. Hay quien dice que escribe “por necesidad” pero yo jamás he necesitado escribir poesía, con leer y ver películas y series ya soy feliz. También porque escribo una poesía muy compleja que requiere de estudio previo y de una elaboración muy minuciosa que nada tiene que ver con la “inspiración”, y por eso se hace un trabajo pesadísimo. Tiene que ser que un día me imponga estar sentado delante del ordenador y hasta que no salga un poema no me levanto; si no, pueden pasar seis meses y no he escrito nada.

¿Partes de una idea, de una imagen o de un verso que llega de repente?

Esta pregunta es interesante porque desde 72 demonios todos los libros me salen al revés que a los demás. La gente suele escribir poemas de diversos temas y cuando tiene unos cien, pongamos, va descartando hasta quedarse con los cincuenta mejores y luego los va ordenando. Yo hago al contrario: parto del libro como un retablo, una estructura que va a tener ciertas partes con ciertos poemas cada una y una progresión temática determinada. Cuando ya está todo el retablo hecho, se van rellenando las hornacinas una a una. Como ya está prefijado el tema de cada poema del libro, cuando tengo que ponerme a escribir uno medito primero sobre la idea que quiero transmitir y luego qué motivos y símbolos voy a usar; lo último es darle el ritmo y la sonoridad. Es una forma de trabajar muy clásica, como en la retórica grecolatina, pero así lo aprendí en Filología.

Tu primer libro, Diario de un gato nocturno, es visceral, nocturno, con un lenguaje barroco aplicado a la vida underground. ¿Cómo ves ese libro ahora, casi veinte años después?

Lo veo con vergüenza porque está compuesto por los primeros poemas que escribí, antes de haber entrado en Filología y de no haber leído nada de poesía más que los poemas del libro de Lengua del instituto. Me parece horrible pero a mucha gente no sé por qué le gusta, entiendo que porque es gente que escribe en el estilo llamado “de línea clara”.  

Has dicho en alguna entrevista que quemarías tus dos primeros libros si pudieras. ¿Por qué?

El segundo no lo quemaría en absoluto, eso lo dije hace dos años pero yo soy como el viento, hoy te doy en la cara y mañana en el pelo y lo que dije hace un año ya no tiene nada que ver con lo que digo hoy. El segundo libro es una obra maestra, un trabajo de virtuoso, aunque se nota demasiado que se hace con esa intención. Es como cuando Geri Halliwell, después de haber tenido todo el éxito del mundo con las Spice Girls, tomó ya entonces clases de canto para demostrar que sabía cantar. Por eso muchas veces se hace demasiado enrevesado y pomposo, porque fue escrito con la intención de decirle a todos los poetas del país: “Eh, que ya no soy un niñato hablando de drogas y de afters y de raves, que soy leído y sé escribir”. El primero sí lo quemaba.

¿Pero no crees que ese libro era necesario para llegar adonde estás ahora?

Sí, aunque me dé un poco de vergüencilla yo le debo muchísimo a ese libro porque sin él y sin el deseo de Antonio García Villarán y de Nuria Mezquita de Haro de sacarlo yo no habría escrito poesía jamás, me habría limitado a escribir relatitos eróticos en el blog y nada más. Gracias a ese libro dejé la narrativa definitivamente y me centré en la lírica. También es por desgracia el único libro mío que la gente conoce porque salió previamente a la operación de invisibilización y veto que me hacen hasta el día de hoy, supongo que Fran Perea y Christina Rosenvinge deben sentirse igual que yo cuando les nombran “Uno más uno son siete” y “Chas y aparezco a tu lado” pero en fin, qué le vamos a hacer.

En Lycisca ya hay un cambio. ¿Qué buscabas con ese libro?

En este libro quise hacer una síntesis entre el prosaísmo de Diario de un gato nocturno y el barroquismo agobiante de 72 demonios. Estos tres libros son una trilogía hegeliana: tesis, antítesis y síntesis, pero aunque corre un poco más el aire en este libro como decía Beatriz Barrera es una síntesis más cercana al segundo libro que al primero. También buscaba, como en los libros anteriores, hacer confesionalismo de los desprecios, vejaciones e indiferencias que sufrí de mi penúltimo marido, pero sublimándolos y transmutándolos también en una reflexión metapoética. El verdadero cambio llega con el cuarto libro, Flechas contra el fuego.

¿Cuál es el por qué de esa afirmación?

Luna Miguel tiene un poema en que dice que ha escrito un libro por cada hombre que ha amado y ahora tiene miedo de no volver a escribir nunca, porque como está sola, ¿de qué narices va a hablar? Ese miedo que en ella era irónico en mí era real, porque hasta entonces yo no sabía hablar de otra cosa que de dolor y sufrimientos. Flechas contra el fuego lo considero yo el mejor libro que tengo hasta la fecha porque por fin consigo acabar con el confesionalismo y empiezo a escribir una poesía meditativa y reflexiva, y no acerca del yo sino de la comunidad entera (téngase en cuenta el contexto post-15M en que se escribió). Este libro es maduro en la forma pero sobre todo en el contenido.

Y luego llega Conversión de la estatua de sal, tu libro más reciente. Háblanos de ese título tan potente.

Los críticos siempre han realizado lógicamente la estatua de sal con la mujer de Lot que, huyendo de Sodoma, se atrevió a mirar a su pasado en aquella ciudad. Y en parte es así, pero esa estatua es de sal porque la sal es un polvo blanco como lo es aquel otro que me tuvo enfermo entre los 19 y los 35 años. “Conversión” puede entenderse como tal pero también como transmutación alquímica, como Gran Obra en que el mercurio y el azufre (elementos opuestos) se unen para dar lugar no ya a la droga sino a la sal pura (tenemos aquí otra dialéctica pero ya no estilística sino muy espiritual). Efectivamente, el libro juega con la estructura de los relatos de santos pecadores, arrepentidos y conversos en que se pasa por cuatro fases: la “idolatría” original, la crisis de fe, la conversión y la visión.

¿Eres de los que reescriben obsesivamente o dejas que tu literatura fluya en su naturaleza original?

Sí, reescribo obsesivamente incluso si gente que me aconseja me dice que no toque más ya la rosa, pero también porque el poema que escribo cuando me siento en el sofá es solo un esbozo que hay que pulir mucho. Aun así, jamás estará pulido del todo: el poema perfecto no existe, el poema siempre queda imperfecto porque es un pálido reflejo de la Poesía que lo ha suscitado.

¿Cuánto tiempo puede pasar entre el primer borrador y la versión final de un poema?

Pues todo el tiempo que pasa entre que me siento en el sofá por primera vez y que el editor me lo arranca ya de las manos, jajaja. Aunque no descarto hacer una edición corregidísima del Diario y de poemas de otros libros el día que yo tenga la dicha de que alguien me quiera publicar mi poesía completa, que ya va siendo hora.

¿Hay poemas que hayas descartado y luego rescatado años después?

Nunca, porque como dije antes no escribo nunca poemas sueltos, sino poemas que son piezas dentro del engranaje de un libro. Miento: cuando escribía Flechas contra el fuego empecé un proyecto de libro inspirado en la antropología de lo sagrado de Mircea Eliade y en Frazer, pero ese libro quedó parado. Muchos años después, cuando volví a la escritura y me planteé el proyecto de Flechas contra el fuego utilicé estos poemas para que formaran parte de la primera sección del libro.

¿Cómo sabes que un poema ha llegado a su final?

Ningún poema llega a su final.

¿Lees tus poemas en voz alta mientras los escribes?

No, los leo mentalmente para comprobar el ritmo y la sonoridad.

Tus poemas están poblados de figuras, desde santos hasta personajes mitológicos y contemporáneos. ¿Cómo describirías ese estilo que te caracteriza?

Irracionalismo culturalista. El estilo es irracionalista, término que prefiero al más limitado de “surrealista” o “neosurrealista”, pero las imágenes empleadas en estos textos no proceden de mi vida consciente o inconsciente sino del imaginario literario colectivo. Esto hace que esta poesía tenga un peso infinitamente mayor que aquella que se limita a contar anécdotas que a nadie le interesan sobre sucesos u objetos que en cinco años estarán obsoletos. Un poema sobre un iPhone quedará ridículo dentro de treinta años, un poema sobre la mitología griega, la Cábala o el imaginario católico jamás morirá porque habla de cosas que son eternas.

Lycisca, por ejemplo, ese apodo de Mesalina. ¿Por qué elegiste esa figura?

Cuenta Juvenal que Mesalina huía todas las noches del Palatino y bajaba hasta la Subura disfrazada de esclava y con el seudónimo de “Lycisca”, la Loba, para entregarse a toda la hez de Roma. Este tema es el mismo de Belle de jour de Buñuel y del videoclip “If U seek Amy” de Britney Spears. Yo vivía en aquel momento un matrimonio profundamente infeliz, con un chico guapo, inteligente, talentoso y de familia acomodada pero que en realidad no me quería, ni me mostraba el menor afecto, ni me tenía la menor consideración. Yo me imaginaba así a Mesalina, insatisfecha en el palacio, Emperatriz del mundo pero hambrienta de un marido que no le hace caso ni la quiere porque está demasiado ocupado con asuntos mucho más importantes que ella y luchando en Britania, tratando de rellenar ese vacío con salvajadas en vano, porque ella en el fondo no quería tener que estar con todos esos hombres, solo quería que su marido fuera atento y bueno con ella, que “resolviera” como dicen ahora pero afectivamente. En el libro, el yo lírico también se escapa de la vida burguesa y perfecta pero desconsoladora que tiene en casa para salir a las calles y entregarse a todos los estilos poéticos diferentes como si fueran amantes: el caligrama, la escritura automática, el neobarroco, el haiku, la posmodernidad, la transvanguardia.

En Conversión de la estatua de sal mezclas referencias bíblicas con redes sociales, marcas reconocidas, personas notorias... ¿Cómo decides qué elementos del mundo contemporáneo entran en tu poesía?

Normalmente los elementos actuales son símbolos de algo: la explotación laboral, la alienación, la anestesia espiritual y emocional… Figuras como Bill Gates aparecen en el libro también como antonomasias de otras cosas y no por sí mismos (este libro se escribe en plena plandemia). La cuarta sección se compone de poemas en que se hace una interpretación mítica de la Guerra de Ucrania que estalló en aquel momento, recurriendo a toda la literatura aparicionista y sobre todo aquella escrita en Rusia y Ucrania o que habla de estos países.

¿Crees que la escritura debe tener un componente reivindicativo?

Sólo si esa reivindicación es extremadamente personal, original y abierta a la interrogación y la reflexión, si se va a tratar de un poema de tesis en que un charca me va a explicar a mí como si tuviera cinco años cómo está el mundo y cómo se soluciona o me va a soltar obviedades pueriles y melodramáticas prefiero irme a Comisiones Obreras y que me den un panfleto.

¿Tus personajes son máscaras tuyas o son ajenos a tu naturaleza?

En los primeros tres libros el yo lírico es claramente una máscara (bueno, en el primero no tenía ni la sutileza ni el talento de hacer una máscara, soy yo tal cual). A partir de Flechas ya no hay máscaras, hay una o varias voces líricas que dialogan con escenas, personajes o símbolos que son correlatos objetivos de temas filosóficos, personales y sociales.

¿Quiénes son tus poetas de cabecera? ¿A quién vuelves siempre?

Mis poetas de cabecera son todos los vanguardistas españoles e hispanoamericanos: Huidobro, Vallejo, Neruda, Lezama, Paz, Aleixandre, Lorca (a partir de Poeta en Nueva York), Alberti (antes de hacerse comunista), Ory, Cirlot, Varela, Pizarnik, Andreu, Mestre.

Tu lenguaje tiene algo de barroco, pero también se percibe presencia hispanoamericana. ¿Qué poetas hispanoamericanos te han marcado?

Empecé por la Pizarnik como todos, pero con el tiempo es de sabios superarla. Luego pasé a Blanca Varela y a los vanguardistas clásicos que ya he mencionado. La poesía hispaoamericana es la única que hoy día se puede leer sin mancharse los ojos de prosaísmo, el bastión que le queda a la poesía en lengua española de irracionalismo y experimentación. Cada vez que leo a un poeta hispanoamericano me quedo sorprendido porque parece que vienen del futuro, están adelantados como treinta años con respecto a nosotros. Allí la seudopoesía socialista (llamada “poesía social”) y el clasicismo rancio y casposo jamás han logrado apagar la llama, pero aquí sí.

¿Hay algún poeta contemporáneo español que te parezca imprescindible?

De generaciones anteriores a la mía me lo parecen Blanca Andreu (la Gran Diosa Madre del santoral), Juan Carlos Mestre, Miguel Ángel Velasco, Chantal Maillard, Olvido García Valdés, José Luis Rey, Julio César Quesada Galán… Pido disculpas si me olvido de alguno que merezca estar en esta lista. De mi generación… ¿imprescindible? Yo, claramente; mencionaría también a David Leo y a Ángela Segovia; todo lo que se sale de esta trinidad son poetas menores. De nacidos después de 1995 no leo nada, tiene que ser algo excepcional y rabiosamente rompedor para que me digne a poner mis ojos encima, y de eso tengo entendido que no hay.

¿Qué otros escritores o artistas alimentan tu escritura desde la prosa o el teatro?

Me gustan como narradores Luis Martín-Santos, Cunqueiro, Cela (a partir de San Camilo 1936), Luis Goytisolo, el estilo de Juan Goytisolo (aunque sus ideas y su persona me parezcan deleznables), Umbral, Vargas Llosa en algunos libros, García Márquez, Cortázar, Donoso, Onetti y Mariana Enríquez, que me tiene enamoradísimo. Pero la narrativa no influye en absoluto en mi poesía; quizá el teatro algo más: Angélica Liddell, Rodrigo García, Arrabal, Romero Esteo, Valle-Inclán… Lamento no citar autores raros y súper originales pero yo soy muy canónico.

Has hablado de la poesía como catarsis. ¿Qué necesitas exorcizar cuando escribes?

La catarsis estuvo presente en la primera trilogía: escribir me servía para exorcizar toda la tristeza, el desamparo y la violencia que sufrí por parte de tres de mis maridos (María Eloy-García hablaba de “las siluetas que quedan de los hombres malos”). Desde Flechas ya no tengo nada que exorcizar, me limito a meditar y reflexionar para alcanzar conocimiento.

¿La escritura te ha salvado alguna vez?

Nunca, me ha dado algunas alegrías pero nunca me ha salvado de nada ni mucho menos puede salvar al mundo porque carece absolutamente de esa capacidad, pensar esa insensatez sería como creer que una guerra se para lanzando adornos del Zara Home, aunque entiendo que en el tiempo de la estupidez que nos ha tocado vivir, en que se hace creer a la gente que al sistema se le vence tiñéndote de azul el pelo o comprando una bandera en un chino, haya bastante gente que se crea eso.

¿Te ha provocado algún daño?

La escritura ninguno, el mundo literario que rodea a la escritura y que constituye el 98% del oficio de ser escritor, muchísimo y me lo sigue haciendo hasta hoy cada vez que tengo que meter los pies en sus asquerosas aguas.

En Conversión de la estatua de sal hay profecía, y también está presente una visión apocalíptica. ¿Sientes que la poesía puede ser un acto profético?

Eso sí lo compro, hay poemas que plasman visiones que pueden incluso ser proféticas, aunque a un texto nacido exclusivamente del trance no lo considero yo poesía, tiene que haber una elaboración muy profunda de eso.

¿En qué estás trabajando ahora? ¿Hay un sexto libro en proceso?

Hay un sexto libro a la espera de ser publicado en una editorial que no voy a nombrar para que las tarántulas no me lo jodan como llevan haciendo desde 2012, y en estos momentos cuando me entran ganas escribo algún poema que otro para el séptimo libro, pero sin prisas.

¿Cómo te imaginas tu poesía dentro de diez años?

Ni siquiera sé si seguiré vivo dentro de diez años o de diez meses.

Si pudieras dar un consejo a tu yo de veintidós años, cuando publicaste tu primer libro, ¿qué le dirías?

Que el mundo literario (como el de “la Cultura”) no es una reunión de amigos para pasarlo bien sino una estructura mafiosa, clientelar y coercitiva, y que nada se puede decir ni hacer sin pensar muy bien antes porque se corre el riesgo de ofender al patrón (o a la matrona) y que ello tenga consecuencias perpetuas.

Y para terminar: desde tu experiencia como escritor: ¿hay algo que te haya servido en el pasado que te gustarías transmitir a quienes vienen detrás?

Sí, que abandonen de entrada toda esperanza de lograr el menor triunfo en este mundo literario, a menos que sean unos expertos en ser hipócritas, chupar el culo y arrastrarse como alfombras, y que si aun así no lo consiguen que abandonen sin ninguna pena y se busquen otras cosas que los realicen, porque en un país de 49 millones donde solo leen poesía cien personas pero, ahora bien, el que no escribe es porque es manco, la probabilidad de que logres es algo es, de entrada, prácticamente nula.

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