Ana Valín García nació en Lugo en 1980. Desde niña sintió una conexión temprana con la escritura, que se convirtió en refugio tras su diagnóstico de TDHA y altas capacidades. Periodista y maestra, ha compaginado la docencia con una intensa vida literaria. En 2016 publicó El vals de las hormigas, en 2024 La muerte de Alicia (o el ocaso), y recientemente En las latitudes de un miedo políglota, con la editorial Loto Azul. Su voz poética, reconocida con el Premio María Mariño de Poesía, se mueve entre la fragilidad y la fuerza, entre la vida y la palabra.
Naciste en Lugo en 1980, una década en la
que aún se coleccionaban posters de la Super Pop y sonaban las canciones de
Sergio Dalma. ¿Qué te queda de aquella niña de los ochenta?
Afortunadamente muchas cosas. Sigo
siendo esa pequeña llena de inocencia y curiosidad que quiere comerse el mundo.
La única diferencia está en que ahora sé
cómo pegarle mordiscos a la vida sin salir herida; lo hago todo a través de la
escritura. Aprendí mucho de una época en la que las tecnologías estaban
bastante ausentes y el poder de la imaginación lo era todo para llenar huecos y
silencios.
Después de mencionar a Sergio Dalma,
tengo que preguntarte: ¿Te gusta bailar pegada con tu pareja?
No lo sé porque no tengo pareja y con la que
tenía no bailaba nunca ni pegada ni sin pegar. Bailo mucho más a día de hoy con
mis hijos que cuando estaba en relación, la verdad. En mi casa son muy comunes
las mal llamadas “sesión pilates” en donde colocamos esterillas en el suelo y
ponemos la radio. En cada canción manda uno y los demás obedecen y hacen lo que
corresponde: ponerse patas arriba, bailar como loquitos, lo que sea… No hay ni
miedo ni prejuicios. Si tuviera pareja, creo que me encantaría bailar pegada,
aunque soy bastante patosa. Probablemente acabaría yo subida a sus pies para
evitar ya desde el principio pisotearlo. No sé porqué pero me imagino con un
hombre mucho más alto que yo.
Dices que naciste en invierno, “una
estación propicia para el desvirgamiento poético”. ¿Por qué crees que el
invierno es tan propicio para la poesía?
Porque en Galicia hace frío y todo incita al
contacto físico para entrar en calor. Echo de menos mucho hacer “piececitos” en
el sofá. El inicio del roce siempre es algo que puede llevarte a crear unos
cuantos versos. ¡He escrito tanto sobre cuerpos en combustión! El invierno son
mantas, son chimeneas encendidas toda la tarde, son teteras pitando, son libros
en el sofá y sobre todo son libretas para rellenar con nuevas creaciones.
Conste que yo escribo todo el año, pero el frío como me estimula.
Pasaste tu infancia en varios lugares:
Fonsagrada, Lugo, Tenerife… pero fue en Rianxo donde creciste y conociste tu
primer amor. Cuéntame, ¿influyeron esas vivencias en Rianxo en la literatura de
Ana Valín?
Ahí conocí la libertad en el buen sentido de la
palabra. Rianxo es un pueblecito fácilmente abarcable en donde pasan pocos
coches y puedes pasarte la tarde jugando en la calle. Con mi pandilla hacíamos
cabañas con palos y trozos de madera, nos colocábamos en obras en proceso de
construcción, trepábamos a los árboles… Era algo idílico, muy Huckleberry Finn.
Luego al mudarme a la ciudad y cambiar de cole todo varió para mal. Nunca me
adapté al asfalto. Para mí no es un lugar apacible donde poder escribir a mis
anchas. Ahora vivo de hecho con mis hijos en el campo y cuando salimos a pasear
hacemos “botes sorpresa”. La idea es llenar botes con cosas que vamos
encontrando (flores, bellotas, piedras…) para regalarle a alguien, pidiéndole
que haga lo mismo por nosotros. Es algo hermoso que en la ciudad nunca podrías
hacer.
Tu diagnóstico de TDHA y altas
capacidades marcó el inicio de tu relación con la escritura. ¿Podría decirse
que escribir fue tu forma de calmar la mente?
En 2016 publicaste El
vals de las hormigas, una novela surrealista que indaga en la
fragilidad del corazón ante las emociones y en la dificultad de encajar. ¿Qué
fue lo primero que te empujó a escribir esta historia?
Mi abuelita paterna. Apenas la conocí, porque
murió cuando yo tenía dos añitos, pero al morir mi abuelo muchos años después e
ir a vaciar la casa pude descubrirla mejor. Me sorprendió mucho encontrar sus
diarios y darme cuenta de que yo no era la única de la familia que escribía,
pero sobre todo me emocionó su manera de contar las cosas. Ella nunca describía
lo que pasaba fuera, cómo se conocieron mi abuelo y ella, dónde, porqué… más
bien aludía a las emociones, a lo que sucede dentro de las personas cuando te
enamoras. Su visión del amor me resultó brutal. Para ella un hombre ha de ser
como un toro, protector, terrenal y una mujer como una garza, soñadora e
imaginativa. Ambos, al encontrarse han de hallar el punto intermedio entre el
cielo y la tierra para construir su propio nido. Yo estaba entonces embaraza de
Grecia y me parecía imposible superar esa visión del amor así que le rendí
homenaje escribiendo una novela muy loca en la que nada es real, salvo las
emociones.
En la portada aparece una niña con
trenzas saltando a la comba con una ciudad de fondo. ¿Qué representa esa
imagen?
A mí trasladada a la ciudad y fastidiada por mi
falta de conexión con la naturaleza. Laurita, el personaje, es aparentemente
frágil. Tiene un problema cardíaco, como yo y salta a la comba todo el rato. Su
mamá es hiperprotectora y ella en tal contexto asume la necesidad de rebelarse
y ser ella misma. Soy yo, asumiendo los cambios que la vida me impone y que
debo enfrentar con valentía.
Después llegaría La
muerte de Alicia (o el ocaso), un poemario profundamente
íntimo. Cuéntanos un poco más sobre Alicia… y por qué Alicia.
Es la Alicia del Conejo Blanco y de la Reina de
Corazones, pero también es mi hija Grecia. Después de la depresión postparto
que me llevó a escribir este libro descubrí a una niña que había madurado de
golpe y ya no fantaseaba como antes. Ella era Alicia, despidiéndose del País de
las Maravillas. Con este golpe de la vida, ella atraviesa la madriguera para
despedirse de su infancia. Me fui de casa para recuperarme despidiéndome de una
niña y volví para encontrarme con una pequeña mujercita.
Has contado que el libro nació tras una
depresión posparto y que tu hija Grecia fue clave en el proceso. ¿Podría
decirse que la poesía te salvó la vida?
Me salvó ella rezando cada noche por mi
recuperación. Yo la oía a través de la puerta de mi habitación. Me salvaron
todas las preguntas que me hizo cuando volví de la clínica. Me salvó ordenarlas
y contestar a cada una de ellas con un poema y me sigue salvando cada mañana su
sonrisa y su confianza en mi capacidades para escribir. Es un faro inmenso en
mi vida junto a mi pequeño Leo, que yo le llamo “mi príncipe azul”.
En En las latitudes de un
miedo políglota dices adiós al amor tras una relación
desigual. ¿Qué te empujó a escribir una despedida tan profunda?
La falta de escucha por la otra parte. Poner fin
a algo que te hiere no es fácil si la otra persona no está dispuesta a
soltarte, ni siquiera porque te quiera, sino más bien porque te necesita y está
cómoda en esa tesitura. El nunca quiso oír mis razones, no las asumió ni las
valoró, independientemente de estar de acuerdo o no. Como no podía explicárselo
cara a cara, pues se lo escribí. El libro abre con una carta de amor para él.
Seguramente la última que escriba en mi vida.
Hablas en el libro del miedo a la soledad
y del temor a empezar de cero, incluso arrasando los propios cimientos. ¿Cómo
se convive con esos miedos cuando una también es madre, maestra y poeta?
A veces se vive y a veces simplemente se
sobrevive. Lo bueno es que como ya no estoy sumergida en una relación de
desigualdad, los miedos se pueden exponer, se pueden admitir y no tengo que
obviarlos y tragármelos sola. La soledad sigue pesando de manera infinita pero
no porque yo no sepa estar sola sino porque me duele no haberme sentido
valorada ni amada con dignidad.
El año pasado recibiste el segundo premio de poesía María Mariño con un texto sobre el mito de Ofelia. ¿Qué representa para ti ese mito y por qué sigue siendo tan poderoso?
Nadie escapa a los ahogos de la vida. ¿Cuántas
veces hemos sentido que el agua nos llega al cuello y hemos desaprendido a
flotar? Ofelia no es la mujer más valiente del mundo al escoger el camino
fácil. Ella se ahoga voluntariamente y así su dolor también deja de respirar;
pero es un ejemplo de humanidad y fragilidad en el que todos podemos vernos
reflejados.
Has citado en alguna ocasión nombres como
Emily Dickinson, Sylvia Plath, Xosé Miranda, Juan Cobos Wilkins, Gloria Fuertes
o Carlos Carracedo. ¿Qué significan para ti estas voces?
Son mis libros de toda la vida, los que yo leía
en cama con la linterna a las tantas de la mañana y los que me prohibieron en
su momento comprar cuando vieron que no dormía por leer. Ahí reconozco que fui
lista y con la pandilla juntábamos mes a mes dinerito de las pagas para comprar
libros conjuntamente.
Tu obra también ha pasado por temas muy
duros: el maltrato infantil, el bullying, la depresión posparto, el divorcio…
¿Es la escritura una forma de terapia o un modo de resistencia?
Es una manera de ordenar lo que llevas por
dentro. Lo expones y así lo estructuras, te haces consciente de que está ahí y
entonces lo entiendes mejor. Cuando te pasa algo que no acabas de procesar no
avanzas, pero si lo escribes y lo relees en voz alta algo cambia. De pronto
cobra sentido y se organiza dentro de ti. A parti de ahí ya buscas soluciones.
Eres colaboradora de la revista digital Santa
Rabia Poetry (Perú). ¿Qué te aporta formar parte de una
comunidad poética tan viva y tan diversa?
En estos momentos nada. Dejé de cooperar con
plataformas que te cobran por publicar tus textos. Fue bueno participar en sus
antologías por eso de descubrir voces muy lejanas físicamente, pero hasta ahí.
También participas en la plataforma Bookólicos,
donde confluyen lectores y autores. ¿Qué opinas de este tipo de espacios en el
panorama literario actual?
Son maravillosos. Mi novela está en su
plataforma en formato digital. Los porcentajes de cobro están muy bien
repartidos. El escritor se lleva más del 50%. Además tienen una asociación de
escritores y lectores que hacen campañas extraordinarias. Ahora mismo están con
una popuesta lectora para movilizar a los padres y concienciarlos de la
necesidad de un acercamiento prematuro a la literatura.
Hace poco realizaste una donación de
cabello, un gesto solidario y simbólico. ¿Qué significado tuvo para ti ese acto
de entrega? Y permíteme darte las gracias por ello.
Fue para apaciguar a Grecia. Tenia una compañera
en ballet que acaba de superar un cáncer y ella necesitaba hacer algo, pero
decía, ¿qué puedo hacer yo si soy tan pequeña? Pues nada, donar ambar nuestro
pelo para pelucas oncológicas.
En Pinterest hay un retrato pictórico de
tu rostro, de trazos rotos, desmarcados, y mirada serena. ¿Qué te sugiere esa
imagen? ¿Te reconoces en ella?
La hizo mi ex marido. Para él siempre fue algo
en constante proceso de construcción. Nunca me vio como alguien acabado,
culminado. Y tenía razón. Ahora es cuando mis rasgos están cobrando sentido
porque conduzco mi vida yo, a mi manera y como quiero y estoy donde quiero
estar y comparto con quien quiero compartir. Durante muchos años fui solo el
reflejo de lo que él veía en mí. Ahora, por fin soy yo y cuando me dicen como
mi amiga Sabela, que me sienten auténtica es porque esto sí es real para mí.
Escribo en cualquier contexto y situación. Para
hacerlo solo necesito tener las ganas de contar algo. Del silencio huyo por eso
de que me recuerda a la soledad. Mi compañía es el ruido de mis hijos al jugar,
el maullido de Mochi reclamando la comida, la voz dulce de mi amiga Irena
dándome consejos a cualquier hora del día porque de pronto flaqueo o yo misma
recitando lo que acabo de escribir.
¿Nos regalarías uno de tus poemas
favoritos, leído o recitado por ti?
Os mando este que es inédito:
No sé si fui yo la
primera que te escuchó
o a la inversa,
si ha sido una
fuerza alucinatoria
la que te puso en
mi camino
o un Dios con
escaso sentido del humor.
La verdad es que
ya no sé nada.
Estoy herida y tú
no lo desconoces.
Lo estoy y aún así
me ves sin esconder la cara.
Mi dolor no te
lastima porque un día tú tuviste
un agujero similar
y supiste
tamizarlo como la harina atravesando el colador;
mas sigo sin saber
nada.
No te puedo pedir
que me dejes
“amarte como a un
gato”,
con independencia,
sin compromisos,
dejando que las
garras sean
más retráctiles de
la cuenta.
No te puedo pedir
nada:
ni mucho, ni poco,
ni demás, ni de
menos,
ni en escasez,
ni en abundancia
ni en la
distancia, ni en la cercanía.
Habito dentro de
un tronco demasiadas veces,
haciéndome un
córtex cerebral
en todo mi cuerpo,
igual porque no
quiero sentir/sufrir,
o igual porque
para sobrevivir
sentir tanto,
lastima en exceso.
Y mientras me
vuelvo una Dafne
tú dejas de
buscarme,
de instarme,
de reclamarme,
porque no sabes lo
que yo sé,
que esta fiereza
de no poder pronunciarlo en alto me está escociendo la piel.
¿Quiero delinquir
de amor
o por amor
o desde el
desamor?
¿Me hace falta
transformarte en la última bellota
que coloco en el
frasco de cristal
antes de
hermetizarlo?
A lo mejor.
Tal vez.
Quizás.
Pero es que yo ya
no sé nada
y el estatismo de
ser una mujer-árbol
me esta poseyendo.
Mas quedaré oculta
al fin de todas las miradas.
En el atardecer se
habrá acabado
este hipnotismo
y como me queda
poco,
porque yo escogí
voluntariamente no ser más onírica contigo,
te lo escribo:
“estilísticamente, creo que te quiero”.
Y para concluir, ¿qué les dirías a esas
personas que sienten la necesidad de escribir, pero aún no se atreven a
hacerlo?
Que se pongan delante del espejo y se digan todo
lo que necesitan decirse sin reproches. Si al hacer eso notan hormigueo en las
manos es porque eso que acaban de hacer tiene que ser trasladado al papel.
Escribir es el gran invento de la humanidad,
sin duda.
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