domingo, octubre 19, 2025

ENTREVISTA a Ana Valín García - Versión escrita

Ana Valín García nació en Lugo en 1980. Desde niña sintió una conexión temprana con la escritura, que se convirtió en refugio tras su diagnóstico de TDHA y altas capacidades. Periodista y maestra, ha compaginado la docencia con una intensa vida literaria. En 2016 publicó El vals de las hormigas, en 2024 La muerte de Alicia (o el ocaso), y recientemente En las latitudes de un miedo políglota, con la editorial Loto Azul. Su voz poética, reconocida con el Premio María Mariño de Poesía, se mueve entre la fragilidad y la fuerza, entre la vida y la palabra.

Naciste en Lugo en 1980, una década en la que aún se coleccionaban posters de la Super Pop y sonaban las canciones de Sergio Dalma. ¿Qué te queda de aquella niña de los ochenta?

Afortunadamente muchas cosas. Sigo siendo esa pequeña llena de inocencia y curiosidad que quiere comerse el mundo. La única diferencia está  en que ahora sé cómo pegarle mordiscos a la vida sin salir herida; lo hago todo a través de la escritura. Aprendí mucho de una época en la que las tecnologías estaban bastante ausentes y el poder de la imaginación lo era todo para llenar huecos y silencios.

Después de mencionar a Sergio Dalma, tengo que preguntarte: ¿Te gusta bailar pegada con tu pareja?

No lo sé porque no tengo pareja y con la que tenía no bailaba nunca ni pegada ni sin pegar. Bailo mucho más a día de hoy con mis hijos que cuando estaba en relación, la verdad. En mi casa son muy comunes las mal llamadas “sesión pilates” en donde colocamos esterillas en el suelo y ponemos la radio. En cada canción manda uno y los demás obedecen y hacen lo que corresponde: ponerse patas arriba, bailar como loquitos, lo que sea… No hay ni miedo ni prejuicios. Si tuviera pareja, creo que me encantaría bailar pegada, aunque soy bastante patosa. Probablemente acabaría yo subida a sus pies para evitar ya desde el principio pisotearlo. No sé porqué pero me imagino con un hombre mucho más alto que yo.

Dices que naciste en invierno, “una estación propicia para el desvirgamiento poético”. ¿Por qué crees que el invierno es tan propicio para la poesía?

Porque en Galicia hace frío y todo incita al contacto físico para entrar en calor. Echo de menos mucho hacer “piececitos” en el sofá. El inicio del roce siempre es algo que puede llevarte a crear unos cuantos versos. ¡He escrito tanto sobre cuerpos en combustión! El invierno son mantas, son chimeneas encendidas toda la tarde, son teteras pitando, son libros en el sofá y sobre todo son libretas para rellenar con nuevas creaciones. Conste que yo escribo todo el año, pero el frío como me estimula.

Pasaste tu infancia en varios lugares: Fonsagrada, Lugo, Tenerife… pero fue en Rianxo donde creciste y conociste tu primer amor. Cuéntame, ¿influyeron esas vivencias en Rianxo en la literatura de Ana Valín?

Ahí conocí la libertad en el buen sentido de la palabra. Rianxo es un pueblecito fácilmente abarcable en donde pasan pocos coches y puedes pasarte la tarde jugando en la calle. Con mi pandilla hacíamos cabañas con palos y trozos de madera, nos colocábamos en obras en proceso de construcción, trepábamos a los árboles… Era algo idílico, muy Huckleberry Finn. Luego al mudarme a la ciudad y cambiar de cole todo varió para mal. Nunca me adapté al asfalto. Para mí no es un lugar apacible donde poder escribir a mis anchas. Ahora vivo de hecho con mis hijos en el campo y cuando salimos a pasear hacemos “botes sorpresa”. La idea es llenar botes con cosas que vamos encontrando (flores, bellotas, piedras…) para regalarle a alguien, pidiéndole que haga lo mismo por nosotros. Es algo hermoso que en la ciudad nunca podrías hacer.

Tu diagnóstico de TDHA y altas capacidades marcó el inicio de tu relación con la escritura. ¿Podría decirse que escribir fue tu forma de calmar la mente?

Una mente en constante ebullición es difícil de calmar, pero supongo que sí. Para mí lo importante es estar permanentemente estimulada y afortunadamente hay muchas cosas que me permiten sentirme en acción como la música, un buen libro, los paseos por el bosque… Ahora bien, escribir no implica para mí únicamente tranquilizarme sino más bien conectarme con el resto de cosas que me rodean. Es tal el estado de comunión con las palabras cuando las expongo en el papel que parece como si encontrara mi lugar exacto y preciso en el mundo. Es bonito sentir que me oigo a mí misma y a la vez no me desconecto de los demás mientras escribo, o incluso mientras recito.

En 2016 publicaste El vals de las hormigas, una novela surrealista que indaga en la fragilidad del corazón ante las emociones y en la dificultad de encajar. ¿Qué fue lo primero que te empujó a escribir esta historia?

Mi abuelita paterna. Apenas la conocí, porque murió cuando yo tenía dos añitos, pero al morir mi abuelo muchos años después e ir a vaciar la casa pude descubrirla mejor. Me sorprendió mucho encontrar sus diarios y darme cuenta de que yo no era la única de la familia que escribía, pero sobre todo me emocionó su manera de contar las cosas. Ella nunca describía lo que pasaba fuera, cómo se conocieron mi abuelo y ella, dónde, porqué… más bien aludía a las emociones, a lo que sucede dentro de las personas cuando te enamoras. Su visión del amor me resultó brutal. Para ella un hombre ha de ser como un toro, protector, terrenal y una mujer como una garza, soñadora e imaginativa. Ambos, al encontrarse han de hallar el punto intermedio entre el cielo y la tierra para construir su propio nido. Yo estaba entonces embaraza de Grecia y me parecía imposible superar esa visión del amor así que le rendí homenaje escribiendo una novela muy loca en la que nada es real, salvo las emociones.

En la portada aparece una niña con trenzas saltando a la comba con una ciudad de fondo. ¿Qué representa esa imagen?

A mí trasladada a la ciudad y fastidiada por mi falta de conexión con la naturaleza. Laurita, el personaje, es aparentemente frágil. Tiene un problema cardíaco, como yo y salta a la comba todo el rato. Su mamá es hiperprotectora y ella en tal contexto asume la necesidad de rebelarse y ser ella misma. Soy yo, asumiendo los cambios que la vida me impone y que debo enfrentar con valentía.

Después llegaría La muerte de Alicia (o el ocaso), un poemario profundamente íntimo. Cuéntanos un poco más sobre Alicia… y por qué Alicia.

Es la Alicia del Conejo Blanco y de la Reina de Corazones, pero también es mi hija Grecia. Después de la depresión postparto que me llevó a escribir este libro descubrí a una niña que había madurado de golpe y ya no fantaseaba como antes. Ella era Alicia, despidiéndose del País de las Maravillas. Con este golpe de la vida, ella atraviesa la madriguera para despedirse de su infancia. Me fui de casa para recuperarme despidiéndome de una niña y volví para encontrarme con una pequeña mujercita.

Has contado que el libro nació tras una depresión posparto y que tu hija Grecia fue clave en el proceso. ¿Podría decirse que la poesía te salvó la vida?

Me salvó ella rezando cada noche por mi recuperación. Yo la oía a través de la puerta de mi habitación. Me salvaron todas las preguntas que me hizo cuando volví de la clínica. Me salvó ordenarlas y contestar a cada una de ellas con un poema y me sigue salvando cada mañana su sonrisa y su confianza en mi capacidades para escribir. Es un faro inmenso en mi vida junto a mi pequeño Leo, que yo le llamo “mi príncipe azul”.

En En las latitudes de un miedo políglota dices adiós al amor tras una relación desigual. ¿Qué te empujó a escribir una despedida tan profunda?

La falta de escucha por la otra parte. Poner fin a algo que te hiere no es fácil si la otra persona no está dispuesta a soltarte, ni siquiera porque te quiera, sino más bien porque te necesita y está cómoda en esa tesitura. El nunca quiso oír mis razones, no las asumió ni las valoró, independientemente de estar de acuerdo o no. Como no podía explicárselo cara a cara, pues se lo escribí. El libro abre con una carta de amor para él. Seguramente la última que escriba en mi vida.

Hablas en el libro del miedo a la soledad y del temor a empezar de cero, incluso arrasando los propios cimientos. ¿Cómo se convive con esos miedos cuando una también es madre, maestra y poeta?

A veces se vive y a veces simplemente se sobrevive. Lo bueno es que como ya no estoy sumergida en una relación de desigualdad, los miedos se pueden exponer, se pueden admitir y no tengo que obviarlos y tragármelos sola. La soledad sigue pesando de manera infinita pero no porque yo no sepa estar sola sino porque me duele no haberme sentido valorada ni amada con dignidad.

El año pasado recibiste el segundo premio de poesía María Mariño con un texto sobre el mito de Ofelia. ¿Qué representa para ti ese mito y por qué sigue siendo tan poderoso?

Nadie escapa a los ahogos de la vida. ¿Cuántas veces hemos sentido que el agua nos llega al cuello y hemos desaprendido a flotar? Ofelia no es la mujer más valiente del mundo al escoger el camino fácil. Ella se ahoga voluntariamente y así su dolor también deja de respirar; pero es un ejemplo de humanidad y fragilidad en el que todos podemos vernos reflejados.

Has citado en alguna ocasión nombres como Emily Dickinson, Sylvia Plath, Xosé Miranda, Juan Cobos Wilkins, Gloria Fuertes o Carlos Carracedo. ¿Qué significan para ti estas voces?

Son mis libros de toda la vida, los que yo leía en cama con la linterna a las tantas de la mañana y los que me prohibieron en su momento comprar cuando vieron que no dormía por leer. Ahí reconozco que fui lista y con la pandilla juntábamos mes a mes dinerito de las pagas para comprar libros conjuntamente.

Tu obra también ha pasado por temas muy duros: el maltrato infantil, el bullying, la depresión posparto, el divorcio… ¿Es la escritura una forma de terapia o un modo de resistencia?

Es una manera de ordenar lo que llevas por dentro. Lo expones y así lo estructuras, te haces consciente de que está ahí y entonces lo entiendes mejor. Cuando te pasa algo que no acabas de procesar no avanzas, pero si lo escribes y lo relees en voz alta algo cambia. De pronto cobra sentido y se organiza dentro de ti. A parti de ahí ya buscas soluciones.

Eres colaboradora de la revista digital Santa Rabia Poetry (Perú). ¿Qué te aporta formar parte de una comunidad poética tan viva y tan diversa?

En estos momentos nada. Dejé de cooperar con plataformas que te cobran por publicar tus textos. Fue bueno participar en sus antologías por eso de descubrir voces muy lejanas físicamente, pero hasta ahí.

También participas en la plataforma Bookólicos, donde confluyen lectores y autores. ¿Qué opinas de este tipo de espacios en el panorama literario actual?

Son maravillosos. Mi novela está en su plataforma en formato digital. Los porcentajes de cobro están muy bien repartidos. El escritor se lleva más del 50%. Además tienen una asociación de escritores y lectores que hacen campañas extraordinarias. Ahora mismo están con una popuesta lectora para movilizar a los padres y concienciarlos de la necesidad de un acercamiento prematuro a la literatura.

Hace poco realizaste una donación de cabello, un gesto solidario y simbólico. ¿Qué significado tuvo para ti ese acto de entrega? Y permíteme darte las gracias por ello.

Fue para apaciguar a Grecia. Tenia una compañera en ballet que acaba de superar un cáncer y ella necesitaba hacer algo, pero decía, ¿qué puedo hacer yo si soy tan pequeña? Pues nada, donar ambar nuestro pelo para pelucas oncológicas.

En Pinterest hay un retrato pictórico de tu rostro, de trazos rotos, desmarcados, y mirada serena. ¿Qué te sugiere esa imagen? ¿Te reconoces en ella?

La hizo mi ex marido. Para él siempre fue algo en constante proceso de construcción. Nunca me vio como alguien acabado, culminado. Y tenía razón. Ahora es cuando mis rasgos están cobrando sentido porque conduzco mi vida yo, a mi manera y como quiero y estoy donde quiero estar y comparto con quien quiero compartir. Durante muchos años fui solo el reflejo de lo que él veía en mí. Ahora, por fin soy yo y cuando me dicen como mi amiga Sabela, que me sienten auténtica es porque esto sí es real para mí.

Como docente, escritora y madre, ¿cómo consigues encontrar el tiempo —y el silencio— necesarios para escribir?

Escribo en cualquier contexto y situación. Para hacerlo solo necesito tener las ganas de contar algo. Del silencio huyo por eso de que me recuerda a la soledad. Mi compañía es el ruido de mis hijos al jugar, el maullido de Mochi reclamando la comida, la voz dulce de mi amiga Irena dándome consejos a cualquier hora del día porque de pronto flaqueo o yo misma recitando lo que acabo de escribir.

¿Nos regalarías uno de tus poemas favoritos, leído o recitado por ti?

Os mando este que es inédito:

 

No sé si fui yo la primera que te escuchó

o a la inversa,

si ha sido una fuerza alucinatoria

la que te puso en mi camino

o un Dios con escaso sentido del humor.

La verdad es que ya no sé nada.

 

Estoy herida y tú no lo desconoces.

Lo estoy y aún así me ves sin esconder la cara.

Mi dolor no te lastima porque un día tú tuviste

un agujero similar

y supiste tamizarlo como la harina atravesando el colador;

mas sigo sin saber nada.

 

No te puedo pedir que me dejes

“amarte como a un gato”,

con independencia,

sin compromisos,

dejando que las garras sean

más retráctiles de la cuenta.

 

No te puedo pedir nada:

ni mucho, ni poco,

ni demás, ni de menos,

ni en escasez,

ni en abundancia

ni en la distancia, ni en la cercanía.

 

Habito dentro de un tronco demasiadas veces,

haciéndome un córtex cerebral

en todo mi cuerpo,

igual porque no quiero sentir/sufrir,

o igual porque para sobrevivir

sentir tanto, lastima en exceso.

 

Y mientras me vuelvo una Dafne

tú dejas de buscarme,

de instarme,

de reclamarme,

porque no sabes lo que yo sé,

que esta fiereza de no poder pronunciarlo en alto me está escociendo la piel.

 

¿Quiero delinquir de amor

o por amor

o desde el desamor?

¿Me hace falta transformarte en la última bellota

que coloco en el frasco de cristal

antes de hermetizarlo?

 

A lo mejor.

Tal vez.

Quizás.

Pero es que yo ya no sé nada

y el estatismo de ser una mujer-árbol

me esta poseyendo.

 

Mas quedaré oculta al fin de todas las miradas.

En el atardecer se habrá acabado

este hipnotismo

y como me queda poco,

porque yo escogí voluntariamente no ser más onírica contigo,

te lo escribo: “estilísticamente, creo que te quiero”.

 

Y para concluir, ¿qué les dirías a esas personas que sienten la necesidad de escribir, pero aún no se atreven a hacerlo?

Que se pongan delante del espejo y se digan todo lo que necesitan decirse sin reproches. Si al hacer eso notan hormigueo en las manos es porque eso que acaban de hacer tiene que ser trasladado al papel. Escribir es el gran invento de la humanidad,  sin duda.

 

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