Álvaro, empecemos por el
principio: ¿cómo y cuándo descubriste que la escritura sería una forma de
expresión tan importante para ti como la música?
Pues, de hecho, ambas cosas están ligadas. Fue mi
pasión por la música, por cantar en particular, la que me empujó a escribir
para poder formar parte de mi primer grupo: NAV3. Así que podríamos decir que
la música fue, a todos los efectos, la catalizadora para embarcarme en el mundo
de la escritura.
Creciste en la Cornisa del
Aljarafe, un entorno que describes como "agreste" donde soñabas con
construir cabañas imposibles en los árboles. ¿Cómo influyó ese paisaje y esa
imaginación infantil en tu obra creativa posterior?
Yo nací en Sevilla, pero pronto, con cinco años,
nos mudamos a la periferia sevillana. En los ochenta, el Aljarafe era un campo
sinfín de olivos y pinos, no la mega Conurbanización que es hoy en día. Este
entorno era perfecto, como comentas, para dar rienda suelta a la fantasía e
imaginación. Para representar las aventuras que leíamos en tebeos o
visionábamos en la televisión de la mano de nuestros personajes favoritos.
Puedo decir que viví una infancia muy bonita en un paraje ideal para el
desarrollo de un niño.
Yo estudie, para mal o para bien, no lo tengo
claro aún, economía. Allá dónde estudié: Sevilla, Nijmegen (Holanda) y Pavia
(Italia), la doctrina neoliberal se elevaba al rango de dogma. A mi nunca me
acabó de convencer aquello de la competitividad, del individualismo, de los
equilibrios del mercado y el sálvese quien pueda; siempre me interesó otra
cosmovisión. Y el único modelo diferente que conocía era el de la antigua Unión
Soviética y su esfera. Por lo que, en paralelo, estudié economía marxista. No
porque fuera comunista, sino como antagonista de un modelo que a mí no me
convencía. Ese interés se materializó en un viaje por Lituania, Bielorrusia y
Rusia. De paso, podría satisfacer otra de mis pasiones: la arquitectura
brutalista y neoclásica propia de los regímenes dictatoriales. La idea inicial
era hacer un blog para ayudar a otros viajeros, como yo, interesados por
aquellos pagos. Más tarde, cuando me puse a escribirlo, me di cuenta de que
disfrutaba incluyendo anécdotas del viaje y curiosidades o eventos históricos,
sociales o económicos que conocía. De todo ese maremágnum nació Instrucciones.
Un diario de viajes por el país de los sóviets con tela de guasa.
En "Andergraun" mezclas
un 50% de realidad con un 50% de ficción. ¿Cómo decides qué experiencias
personales incluir y cuáles transformar en ficción pura? ¿Dónde está la línea
entre el testimonio y la invención?
Efectivamente, hay hechos narrados que están
extraídos directamente de la experiencia, porque yo lo viví en primera persona
o llegó a mis oídos por transmisión oral. Como por ejemplo las raves alrededor
de las cuales pivota el libro y algunos de los eventos que suceden en estas. Sin
embargo, por otro lado, hay historias ficcionadas en los que la realidad se
constituye en la argamasa que sostiene el edificio de la ficción; la hace ser
sólida, creíble, haciendo que sea prácticamente imposible diferenciar lo real,
el testimonio, de la invención. Y eso es lo que, en mi opinión, hace
interesante al libro. Que el lector se acabe preguntando: ¿pero será verdad lo
que me acaba de contar este tío? Crear esa duda fue uno de mis principales
motores a la hora de escribir la obra.
Fuiste organizador de raves en
Sevilla durante los años 2000. ¿Qué te motivó a involucrarte en ese movimiento
underground y qué significaba para ti y tu generación organizar fiestas en
fábricas abandonadas y cortijos okupados?
Sí, pertenecí a un colectivo llamado Delirium que
durante varios años se dedicó a ocupar espacios en desuso y darles una segunda
vida durante un fin de semana. Me motivó, sobre todo, la iniciativa de mis
amigos, su visión, su voluntad, su espíritu de crear comunidad. El tedio y el
no sentirnos representados ni aceptados por la cultura tradicional andaluza,
también jugó una parte fundamental para embarcarnos en aquella locura. Para mí,
ser parte de aquel colectivo suponía sentir que estaba haciendo algo fuera del
tiesto, algo que, de algún modo, marcaba una diferencia en una sociedad
ensimismada consigo misma y su folklore.
"Andergraun" es también
un retrato generacional de los millennials andaluces. ¿Qué características
definitorias de tu generación querías capturar en la novela?
Quería reflejar el ímpetu y ganas de una generación, aquella hija de los fastos y promesas del 92, que se dijo que era la más preparada de la historia de Andalucía, que tendría las llaves para el cambio definitivo en el país hacia la modernidad, pero que vio como sus deseos de progreso fueron cercenadas, de pleno, por la eclosión de la fantasía del milagro económico y el crack financiero de 2008.
En la novela confrontas dos
visiones de Andalucía: la tradicional anclada en el folclore y los
estereotipos, y la disruptiva y vanguardista. ¿Por qué era importante para ti
reivindicar esa Andalucía alternativa que a menudo permanece invisible?
Pues precisamente por eso, porque en contadas
ocasiones emerge a la superficie. Se tiene una visión, desde fuera de Andalucía
y desde dentro, muy ligada a la tradición y la convención. Mi idea fue siempre
recalcar que Andalucía es lo contrario: es fuente de pureza, sí, pero también
de vanguardia y movimientos disruptivos. Las historias que nos contamos son muy
importantes para delimitar lo que somos. Y si nos contamos que solo somos
guitarras, palmas, bombos rocieros y marchas procesionales, ahí nos quedaremos.
Y no, no lo somos, somos mucho más; somos la Niña de los peines, Antonio
Mairena o Lola Flores, por supuesto, pero también somos Picasso, Smash, Camarón
o Pata Negra.
La amistad parece ser uno de los
ejes centrales de "Andergraun". ¿Qué papel jugaron tus amigos de
aquella época en la gestación de esta novela?
Tuve la fortuna de rodearme siempre de gente más
interesante, más lista, más inquieta que yo. Yo lo que hice, simplemente, fue
subirme a su carro casi por inercia. Y en buena hora. A mis amigos les debo
todo lo que soy en día. La gente que te rodea es clave en la conformación de tu
personalidad. Y en mi caso yo no pude tener más suerte en la vida. Sin ellos,
no hubiese vivido aquella experiencia loca y maravillosa. Sin ellos, no
existiría Andergraun.
NAV3 fue mi primer grupo. Gracias a él me aproximé
a la escritura y la música. Y por ello le tengo un cariño eterno. Hacíamos hard
rock-stoner bastante leñero con letras en inglés. Con ellos experimenté todas
las primeras veces: el cantar, el subirme a un escenario, el perder el miedo a
actuar y por supuesto a hacer el ridículo delante de gente. Fue muy bonito el
tiempo que duró.
Campito de Fresa es mi proyecto más personal.
Campito es familia; es casa. Somos amigos tocando, para lo bueno y para lo
malo. Y las mayores experiencias de mi vida, como tocar en Italia o en
festivales, lo he hecho con ellos. Al respecto del sonido, yo diría que es
fundamentalmente rock psicodélico bañado de barnices como el mento, el ska, el
rocksteady, el blues o la música electrónica.
Bisonte Blanco empezó como algo más experimental o
pop. Cuando llegué a Madrid, sin conocer a nadie, me tuve que adaptar. No tenía
otra. Además, me apetecía probar otros estilos para seguir mi proceso de
aprendizaje. Después de un par de años en los que no me encontraba cómodo
defendiendo ese estilo en el escenario, se produjeron algunos cambios en la
formación. Hoy día creo que hemos dado con un sonido propio que se encuadra
entre el hard-rock y el rock alternativo. Por fin hacemos algo que siento que me
representa y eso se nota a la hora de escribir, componer y defender el proyecto
en el escenario. 
En "Andergraun"
describes una Sevilla oculta, la que permanece bajo "la alargada sombra de
la Giralda". ¿Qué representa esa sombra y qué querías desvelar de tu
ciudad?
Cuando hablo de sombra me vuelvo a referir a esa
Sevilla ahogada bajo el yugo de la tradición y folklore. En Sevilla no hay
patíbulo para otra corriente cultural que no sea la Semana Santa, la Feria o el
Rocío; simplemente no la hay. Vivimos en una situación de secuestro cultural.
Somos una ciudad, que, desde el punto de vista institucional, es monocorde con
respecto a este tema. Pues bien, debajo de la alargada sombra de la Giralda,
incluso en la umbría, crecen brotes verdes. ¡A pesar de todo! Y ahí tenemos
ejemplos como los Pony Bravo, los Derby o los Califato. Pero solo salen porque
son particularmente excepcionales en sus géneros o porque directamente han
creado uno nuevo. ¿Imaginas dónde se podría llegar si hubiese un poquito de
espacio para dar rienda suelta a la creatividad? Apenas hay espacios para
ensayar; desde luego no en el centro. No hay apenas sitios dónde tocar en
directo. Ni mentar el hacerlo en la calle. Perdimos el Festival Territorios y casi
perdemos el Festival de Cine, que es lo más potente, junto con la Bienal de
Flamenco, que se hace en la ciudad a nivel cultural.
La novela retrata los años
inmediatamente posteriores a la Expo 92, cuando las promesas de progreso se
habían desvanecido. ¿Cómo vivió tu generación esa desilusión colectiva?
He reflexionado mucho a este respecto. Parece que
no ocurre nada cuando ves algo glorioso degradarse paulatinamente a causa del
paso del tiempo y la desidia de las administraciones o los privados. Pero eso
no puede ser más inexacto. Afecta, vaya si afecta. Algo en ti se rompe por
dentro. Pierdes la esperanza en que el porvenir será mejor que el ayer. El modo
en que tratamos a nuestro entorno, a nuestro patrimonio, habla de como nos
tratamos a nosotros mismos. Y la destrucción de ese sueño del 92 al que tuvo
que hacer frente mi generación nos dio de bruces contra una realidad
ineludible: o escapábamos de la ciudad o acabaríamos como aquellas
instalaciones: abandonados, despojados de orgullo, olvidados, marchitos.
El breakbeat y la música
electrónica son protagonistas de tu novela. ¿Qué significaba esa música para
los jóvenes sevillanos de entonces y por qué era tan importante como forma de
rebelión?
El breakbeat era un símbolo de identidad. Algo
netamente andaluz, como el flamenco, las marchas procesionales o el rock
andaluz. No seré yo el que hablé de rebelión. Lo que si creo es que la
irrupción del break y la creación de su escena supuso un punto de inflexión en
la historia cultural de Andalucía: el nacimiento del primer subgnénero de
música electrónica netamente andaluz. ¡Casi ná! En la actualidad, para mí el
break es orgullo; un lugar común en el que juntarnos; un espejo en el que
reconocernos.
Mencionas que al principio
pensaste que "Andergraun" sería un libro de nicho, pero luego te
diste cuenta de que podría interesar a un público más amplio. ¿Qué crees que
hace que tu historia trascienda el ámbito de quienes vivieron aquella época?
Es de nicho en el sentido que pensaba que estaría
dirigido a personas inmersas o conocedoras de la cultura rave. Sin embargo, a
medida que le fui dando forma, me di cuenta de que era la historia de toda una
generación. Y ese tipo de historias traspasa géneros, edades, afiliaciones
políticas, nacionalidades, etc. Las historias generacionales trascienden a la
época que las vio nacer para alcanzar la posteridad.
Has dicho que tu próximo reto es
posicionar tus personajes en otro espacio geográfico fuera de Sevilla. ¿Ya
tienes en mente ese nuevo escenario? ¿Qué te atrae de explorar otros
territorios?
Sí, creo que necesito descansar un poco de
Sevilla. Mi próximo proyecto, que debe salir entre abril y mayo próximo, de
hecho, se sitúa en Madrid, en el Caribe y el norte de África.
En lo referente a la segunda pregunta, situar a
personajes en otros ambientes diferentes al propio, siempre es un reto. El
urbanismo, la arquitectura, las indumentarias, los olores, la cultura, el
entorno, las gentes con los que interactúan los personajes varían notablemente a
cuando lo haces en el lugar que te vio nacer y conoces a la perfección.
Bisonte Blanco, tu proyecto más
reciente formado en 2022, tiene base en Madrid. ¿Cómo ha sido la experiencia de
hacer música fuera de Andalucía y qué aporta ese cambio de contexto a tu
propuesta?
Pues lo más interesante que he encontrado a la
hora de hacer música fuera de Andalucía, o al menos en Sevilla, ha sido la
facilidad para encontrar locales en los que tocar en directo. En Madrid, la
oferta de locales es masiva y es relativamente fácil, por masa crítica, que
además venga gente siempre a los conciertos. Es un gustazo. A nivel musical,
digamos que la música es tan universal y accesible hoy en día que encontrar un
lenguaje en el que entenderse, resulta relativamente fácil.
A lo largo de tu carrera has
transitado entre la crónica de viajes, la novela generacional y diferentes
géneros musicales. ¿Existe un hilo conductor que une todas tus expresiones
artísticas?
Sin duda. Tener interés en viajar requiere de una
inquietud por conocer otras culturas, otras gentes y lenguas. Eso es
perfectamente extrapolable a la música o la literatura. Cuantas más leas, más
géneros musicales escuches, más recursos tendrás a la hora de crear. Existe un
nexo conector entre todas estas disciplinas, que en mi caso, es la curiosidad y
las ganas de seguir aprendiendo.
Para terminar, en
"Andergraun" afirmas que "el underground siempre permanece,
incluso cuando se convierte en mainstream". ¿Dónde crees que se encuentra
hoy el underground en Sevilla y en qué espacios o formas se manifiesta esa
rebeldía que retrataste en tu novela?
Hay muchos colectivos en Sevilla,
como Corrosive o Breaking Bass, aunque este sea un colectivo a nivel andaluz,
que mantienen vivo el espíritu underground con diferentes proyectos que van
desde el techno o el acid a los ritmos rotos. A nivel de rock, diría que la
esencia se mantiene en los poquitos locales de ensayo que perviven en la ciudad,
como por ejemplo en el corral de artesanos del Pelicano, donde ensaya Campito
Fresa.


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